Desde luego en una coyuntura tan delicada hay que evitar caer en el tremendismo y el negativismo, y por ello no se debe minusvalorar la utilidad de algunas eventuales correcciones concretas, ni los efectos de recuperación de confianza que pueden producir reuniones de los Jefes de gobierno de países importantes, que denotan – al menos – que existe una cierta voluntad común de enfrentarse a los grandes problemas actuales.
En cualquier caso las comparaciones que intentan establecerse entre la Cumbre de Washington y la celebre reunión de Bretton Woods no resisten un paralelismo mínimamente serio. Para empezar en Bretton Woods se contó con el concurso de figuras de primera que tenían ideas claras sobre lo que había que hacer, empezando por el mismo Keynes, en unos momentos en los que los Estados Unidos estaban en el cenit de su poder y no tenían la rémora de Bush, que ya no es el Presidente de facto y que no debería condicionar el camino a su sucesor.
Además está la importante cuestión de los convocados. A Bretton Woods acudieron todos los países que entonces formaban el núcleo de Naciones Unidas (44), incluidos algunos que entonces todavía eran formalmente colonias del Imperio Británico y durante veintidós días trabajaron a fondo, sobre la base de documentos previos. Ahora, en cambio, el debate sólo ha durado cuatro horas y el planteamiento de la convocatoria ha sido cicatero e inapropiado, no sólo por el despropósito de no contar inicialmente con España, pese a ser la octava economía mundial y un país de referencia cultural para varios cientos de millones de personas, sino que el problema ha sido la propia concepción excluyente del cónclave. Es decir, lo que se ha pretendido en la cumbre de Washington vicia de entrada la reunión, ya que sólo se invitó a los países que “cuentan “ (los más ricos, con las excepciones que se le antojaron a Bush) y los que pueden contar próximamente (las potencias emergentes), dejando fuera, precisamente, a los perdedores del modelo económico actualmente establecido. No deja de ser llamativo, en este sentido, que los gobernantes de los 23 países reunidos representen a una población que concentra el 95% de la riqueza mundial, mientras que los más de 150 países que no fueron invitados sólo tienen el 5% de la riqueza restante.
Ése es el problema fundamental de la concepción de la Cumbre de Washington: que se ha dejado fuera los grandes problemas del hambre, la pobreza, las desigualdades, la incultura y el atras , a los que sólo se dedican bellas palabras y propósitos genéricos.
Desde luego, lo que está ocurriendo podría dar lugar a valoraciones e interpretaciones un tanto demagógicas, en las que podríamos pintar a los reunidos en Washington afanados en ver cómo logran salvar los muebles de sus maltrechos planteamientos económicos, mientras se dedican a presumir los unos ante los otros de las lecciones y ejemplos que pueden darse recíprocamente, en un remedo penoso del viejo chiste infantil de “están un ruso, un americano, un francés , un…, y va el americano y dice: pues en mi país…”.
El problema real en este caso no es ver quién puede quedar mejor o quién cuenta o no cuenta en el mundo, o si sobran o faltan sillas o si hay que estar reunidos más de un día para hacerse una foto creíble, sino que el problema es de enfoques y de propósitos . Lo que ahora necesitamos es recomponer un modelo económico que no condene a una parte importante de la humanidad a continuar formando parte de la legión de los perdedores, los excluidos y los subdesarrollados, y que permita atajar las derivas desigualitarias y las políticas depredadoras que están esquilmando los recursos de este Planeta. Es decir, el problema no estriba sólo en cómo lograr introducir criterios de gobernabilidad o de control en la actual dinámica globalizadora, sino más en la raíz, la cuestión es lograr pensar en una globalización económica con una mentalidad política verdaderamente global y humana. Y eso no se puede hacer prescindiendo de tantos países y personas, ni aferrándose a viejos dogmatismos económicos, que ya estamos viendo en la práctica que no funcionan ni para los pobres – lo cual era evidente desde hace tiempo- , ni para los ricos, que en cuanto han visto los riesgos de bancarrota se ha apresurado a intentar salvarse del naufragio, sin contar con todos, ni siquiera para reunirse con ellos y escuchar sus opiniones. ¿Qué éxito puede esperarse de una política que practica el criterio de las ausencias, las exclusiones y el a priori de que “no le toquen lo suyo”? Sinceramente creo que se puede esperar muy poco de la inercia de los viejos enfoques y de los liderazgos estrechos de miras, más atentos a las fotos y a las imágenes que a las cuestiones de fondo. Esperemos que el Presidente Obama tenga las ideas más claras y los propósitos más equilibrados y que a partir de enero se reorienten los procedimientos y se celebren las reuniones con criterios más inclusivos y rigurosos, y con la preocupación centrada en las necesidades reales de todos, empezando por los más necesitados.