Dejando a un lado la inutilidad del “contrato” propuesto por el PP, por ser algo innecesario en un Estado de Derecho como el español en donde todos los ciudadanos, foráneos o no, están obligados a cumplir las leyes y acatar la Constitución, sí es necesario hacer algunas reflexiones sobre los vientos que soplan en Europa sobre cómo se quiere resolver la situación de los inmigrantes sin papeles.

Se está articulando un discurso de tintes xenófobos muy preocupante en una Europa que se dice protectora de los derechos humanos. La reciente cumbre sobre la inmigración de la Unión Europea fracasó por falta de acuerdo, porque algunos Estados consideraban insuficientes las medidas que planteaba la directiva europea, entre ellas poder retener a los inmigrantes sin papeles hasta 18 meses en un campo de internamiento. Aquí en España, nuestra derecha ya endureció su mensaje de cara a las elecciones generales, haciéndose eco del camino que marcó Sarkozy, articulando un discurso de tintes xenófobos con la esperanza de obtener el mismo calado social primario

-afortunadamente no lo consiguió- que sí ha logrado cosechar ahora Berlusconi, que ya ha comenzado la “caza” del inmigrante sin papeles. El mensaje que comparte la derecha europea más reaccionaria es directo, “los nacionales primero”. Se utiliza el clásico discurso nacionalista de siempre, que en determinadas situaciones de recesión económica ha proporcionado réditos a la derecha excluyente.

¿Qué debe hacer la izquierda? ¿Dejarse empujar por las posiciones económicas regresivas (en materia de impuestos y privatizaciones de servicios públicos esenciales) y de recorte de derechos de los más débiles -en este caso los trabajadores inmigrantes extracomunitarios-, que promueve la derecha o, por el contrario, ahormar una respuesta propia y acorde con los valores de igualdad y solidaridad que son patrimonio de la izquierda?

Para poder articular un mensaje diferenciado es necesario que comencemos a llamar a las cosas por su nombre.

Aquéllos a los que se llama inmigrantes no son más que trabajadores de clase baja (antes se les llamaba clase obrera), -porque cuando un extranjero es de clase media para arriba, ya sea de origen nórdico (en España la costa levantina está llena de ellos) o árabe rico no se le considera inmigrante, y nadie critica, por ejemplo, que un saudí utilice, pongamos, el hospital de Córdoba para hacerse un transplante. En cambio sí se ha llegado a cuestionar públicamente (algunas “perlas” del ex ministro Cañete no tienen desperdicio) que mujeres trabajadoras peruanas se hagan una mamografía en un servio público de salud-.

Por ello, la mayor diferencia no está en que se sea o no extranjero, sino en la clase social que ocupa ese extranjero. Se prima el lenguaje identitario para diferenciar a unos trabajadores de otros, con lo que se contribuye a crear distinciones artificiales e interesadas entre personas cuyos intereses son bastante parecidos, puesto que éstos tienen que ver básicamente con el anhelo de vivir mejor, alimentar a sus hijos, darles escuela y salud y prosperar.

El problema viene cuando el trabajador de fuera entra en competencia por los recursos públicos y por el empleo con el de dentro. Europa en la actualidad ha entrado en un periodo de recortes sociales generales, destinando menos recursos para los servicios públicos y la asistencia a los más desfavorecidos. Se reduce lo que se llamó el salario social que cohesionaba y repartía mejor los recursos, en un contexto general de aumento de la población.

Los ciudadanos perciben que los servicios públicos se deterioran y hay menos recursos para repartir entre más, y ahí es donde hace carne el discurso excluyente de la derecha.

La izquierda debe obligarse a cumplir sus programas sociales cuando gobierna, invirtiendo en servicios públicos del Estado de Bienestar, para que las rentas se repartan y haya cohesión social y además, hacer pedagogía con un lenguaje que integre y acerque a unos y a otros. Hay que esforzarse para que se contemple a estas personas como trabajadores y no como extranjeros. Creo que la izquierda se equivoca profundamente cuando abraza los postulados económicos que tradicionalmente ha defendido la derecha de rebajas de impuestos, privatizaciones de los servicios públicos y de empresas que controlan servicios esenciales como el suministro de energía o de agua.

¿Qué diferencias hay entre el ecuatoriano que trabaja poniendo ladrillos en una obra y el toledano que está a su lado completando la hilera? ¿Son distintas las necesidades que tiene la familia de uno y la del otro? ¿Por qué le cuesta tanto a la izquierda explicar su mensaje, que se basa en valores positivos de solidaridad e igualdad? ¿Por qué gana hegemonía cultural el mensaje excluyente de la derecha, que es tan negativo, tan poco humano y tan egoísta?