Podrán proclamar que han destruido la infraestructura civil, policial y militar del Movimiento de Resistencia Islámico palestino. Podrán proclamar que los ciudadanos israelíes de Askhelon, Sderot y otras pequeñas poblaciones del sur volverán a dormir tranquilos. Podrán proclamar que el Estado hebreo y su inefable brazo armado han vuelto a cumplir con su compromiso sagrado de velar por la seguridad del país. Podrán proclamar que los enemigos de Israel –en particular, los más cercanos– son hoy más débiles que ayer. En definitiva, podrán cantar victoria.

Pero Israel ha perdido esta guerra. Tarde o temprano, se darán cuenta. Igual que tardaron en advertir que perdieron, por segunda vez, la guerra del Líbano en 2006. Porque las guerras basadas en castigos colectivos terminan perdiéndose, por muy abrumadoramente eficaz que se constate la superioridad militar sobre el terreno.

Un general israelí le dijo al corresponsal de la BCC que no pararían hasta derribar el último edificio de Hamas en Gaza. Esa declaración expresa hasta qué punto se ha alejado Israel de la realidad. La clase política israelí está profundamente desprestigiada: más que nunca en su historia. Los militares han constituido siempre la columna vertebral del proyecto político de Israel. Han sido militares la mayoría de sus dirigentes históricos. Todo ciudadano israelí es, potencialmente, un soldado. En algún momento de su vida. O mejor: en cualquier momento de su vida.

Pero también al estamento armado ha llegado el desprestigio. Los militares del siglo XXI no poseen la autoridad moral, la altura de miras y el sentido del Estado de los que asumieron la responsabilidad de hacer viable el proyecto sionista. Hoy son funcionarios seducidos por el poder de una tecnología superior a la de sus vecinos y deformados por la práctica abusiva de la impunidad.

El Ejército israelí que emergió victorioso de las guerras contra sus vecinos árabes se pudrió en el combate sordo, insidioso y fatal contra la resistencia palestina en los ochenta y noventa. Y la puntilla a su prestigio se la dio un movimiento islámico que anidó en el sitio más imprevisible de la zona: el tradicionalmente laico, moderno y filooccidental Líbano. En realidad, Israel contribuyó a crear, alimentar y engrandecer el monstruo que terminó destrozando el elemento de prestigio de que le quedaba. Si los palestinos habían arruinado su argumento moral, los milicianos de Hezbollah acabaron con el mito de su imbatibilidad militar.

Hamas está llamado a ser una segunda edición de ese fracaso. Decía estos días Daoud Kuttab, un periodista palestino, en las páginas del Washington Post que Israel ha revivido a Hamas. Puede tener bastante razón. Según un estudio patrocinado por la Fundación Friedrich Ebert, la popularidad y el apoyo público a Hamas habrían descendido dramáticamente entre la población palestina. Por primera vez en una década, la tendencia mostraba un apoyo creciente a Fatah y decreciente a los islámicos de Hamas. El poder desgasta, incluso a quienes creen que su reino no de es de este mundo.

Pero la desproporcionada y electoralista operación militar israelí en la franja de Gaza puede, a medio plazo, invertir esta tendencia. Tendría Israel que aniquilar cualquier vestigio del Movimiento islámico palestino, y eso es, casi por definición, imposible. Tarde o temprano, los islámicos se reconstruirán, como lo ha hecho Hezbollah. Habrán matado a 500 personas, habrán sembrado odio y habrán teñido las elecciones de sangre. Pero en el castigo colectivo contra una población marcada por la miseria, el aislamiento y la desesperanza llevarán la cruda penitencia.

Pocos son los que son capaces de advertir este peligro. El diario HAARETZ, conciencia crítica de Israel, es prácticamente el único medio que llama la atención sobre los riesgos y la “inutilidad” de estos ataques desproporcionados con respecto a la amenaza que soportan las ciudades meridionales israelíes. Las encuestas avalan el apoyo popular a la operación militar en Gaza: siete de cada diez ciudadanos. El laborista Ehud Barak, ministro de Defensa, responsable político directo de lo que ocurre, ha subido en apreciación popular y está en condiciones de retar a Netanyahu y a Livni en las elecciones de febrero. Hace una semana parecía condenado a la derrota.

Unas líneas sobre la comunidad internacional. De la Administración Bush no se esperaba equilibrio ni diplomacia constructiva. La gestiones en favor de una tregua llegan muy tarde y se antojan hipócritas después de haber avalado sin fisuras la operación militar israelí.

Europa clama por una tregua, que difícilmente llegará a tiempo. Es posible que Francia consiga cierta pausa en las operaciones y seguramente veremos a Sarkozy en primera fila. ¿Cuánto tiempo tardarán los contribuyentes europeos en levantar lo que Israel ha destruido con su inútil precisión?

En cuanto a los países árabes, el NEW YORK TIMES ponía de manifiesto estos días cómo la masacre de Gaza puede echar por tierra los intentos de reconciliación de los últimos meses, El acercamiento de Siria a Egipto y al reino saudí puede malograrse. Los Hermanos Musulmanes ya han empezado a criticar con dureza a Mubarak por no abrir la frontera con Gaza. Teme el raïs egipcio una avalancha palestina, pero sobre todo la “infección islámica”.

Más inquietante es el silencio de Obama. Miembros de su equipo han dicho que Estados Unidos sólo tiene un Presidente. ¿Elegancia o escapismo? Obama tuvo un gran empeño en presentarse como “amigo de Israel”, cuando la campaña aún se hallaba en pleno desarrollo. Luego escogió a su principal rival y reputada pro-israelí, Hillary Clinton, como jefa de su diplomacia. ¿Se verá obligado a compensar este sesgo? ¿Preferirá encargar ese cometido a su Consejera de Seguridad Nacional? Obama prometió implicarse a fondo en el gran fracaso de la política exterior norteamericana desde Yalta: la frustrada paz en Oriente Medio.

¿Será Obama un Presidente distinto a los anteriores, no ya en los resultados, sino en la naturaleza de su empeño? ¿Rescatará, adaptándolos, los parámetros de Clinton, o fabricará un nuevo plan de paz?

Dicen los políticos israelíes, que Israel lleva décadas resistiendo planes de paz americanos. ¿Resistirá el encanto de Obama o lo situará en la galería de las mortales promesas incumplidas?