Derechos basados en cuatro pilares: trabajo, educación, sanidad y pensión. Pero en la actualidad y de cara a un futuro cercano, ninguno de estos pilares -básicos para una vida decente- están asegurados.
Respecto a la cuestión laboral, estamos asistiendo al mayor retroceso nunca visto de las condiciones de trabajo. La ministra, que siempre parece que “pasaba por aquí”, hizo unas predicciones estrafalarias: “cuando la economía vaya bien, veremos las bondades de la reforma laboral”. ¿Para qué querremos la reforma cuando la economía vaya bien? Mientras tanto, aumenta la emigración de nuestros jóvenes preparados y decaen las condiciones del trabajo de quienes aquí se quedan. La propuesta de reducir un 35% a los trabajadores de la hostelería en Castellón, o aceptar continuar con el puesto de trabajo a cambio de más horas y menos salario, son ejemplos que están contagiándose y modificando el panorama laboral, convirtiéndolo en una lucha de supervivencia a cualquier precio. Quizás tengamos que reponer viejas películas como Tiempos Modernos o Novecento para recordar de dónde venimos.
Si asistimos al culebrón de la Educación, el ministro Wert sigue permanentemente enfadado “con el mundo”, incapaz de convencer de las bondades de su verdad dogmática, salvo a su mujer, que ejerce implacable en las tertulias. Nuestros estudiantes han pasado a ser unos vagos y maleantes a los que el Estado ha de poner en cintura; para ello, nada mejor que separar a los estudiantes, pero no entre buenos y malos, sino entre ricos y pobres. Como aquella famosa frase de Esperanza Aguirre cuando era ministra: “la educación es como un supermercado”. Sólo que ya no dividimos la educación entre pública (para todos en las mismas condiciones) y privada (se compra con dinero), sino que directamente es el Estado quien, en vez de combatir las desigualdades sociales, las estructura. Volveremos a las sagas familiares: notario será el hijo del notario, médico será el hijo del médico, …. y los hijos de los trabajadores serán la mano de obra barata, sin contratos ni derechos, y sin posibilidad de modificar su escalafón social.
¿Qué decir respecto a la Sanidad? Ana Mato, no es sólo la ministra de las fiestas de cumpleaños y los viajes a Disney pagados por la Gürtel, es también la ministra que ha conseguido la mayor lista de espera en operaciones, quien ya no atiende a los inmigrantes, quien privatiza hospitales, quien despide con una carta de hoy para mañana a médicos y profesionales, quien no paga a las farmacias, y quien espera hacer buen negocio con la salud de los españoles. ¡Qué lástima que haya que buscar otro tesorero para hacer las cuentas!
Y podríamos pensar que el futuro lo tenemos asegurado con las pensiones, pero, ¿quién es el joven de treinta años que mañana tendrá pensión? Imposible. Con los cálculos del Gobierno para dar estabilidad al sistema de Seguridad Social, se conseguirá que no haya pensionistas pues nadie habrá cotizado suficientes años para ello. La mejor forma de evitar la bancarrota de las pensiones es que nadie las cobre.
Si ya es grave que estemos asistiendo a la desaparición del Estado de Bienestar, a la pérdida de muchos de nuestros derechos sociales y laborales, lo que es peor es el cambio psicológico (el sociológico ya se ha producido) que están sufriendo los españoles. Empezamos a encogernos de hombros, a caer en la desesperanza, a asumir que no queda otro remedio que volver a la inseguridad laboral, que no ha servido para nada el sacrificio de que nuestros hijos estudien, que es mejor rezar para no caer enfermos, … y que el Estado de Bienestar en realidad era algo insostenible, que no nos merecíamos, y que tan sólo fue una quimera.
La mayor injusticia de esta crisis económica, política y moral es que no todos saldremos igual. Retroceder treinta años de derechos laborales y sociales supone también amplificar la brecha de la desigualdad social.