A partir de Keynes se llegó a pensar con gran optimismo, tras los años de expansión de posguerra hasta 1973, que se había logrado dominar las situaciones de declive con las palancas de política económica que manejaba el estado. No es que no se considerase que hubiera momentos de mayor expansión que otros, e incluso se produjeran recesiones, pero estas serían suaves, de corta duración y se saldría de ellas con una adecuada utilización de los instrumentos de política monetaria y fiscal. Así fue hasta la década de los setenta.

Porque, aunque Keynes representó un paso sobre las propuestas neoclásicas, no profundizó sobre los procesos cíclicos de la economía. En realidad, uno de los primeros estudiosos de las crisis -y que lo hizo además con gran profundidad- fue Marx, ya que no lo habían hecho ni los clásicos que le precedieron ni los neoclásicos que le siguieron. De hecho, un economista tan solvente como el italiano Sylos Labini, fallecido hace pocos años, considera que, aunque errara Marx en algunas de las predicciones que hizo acerca de las tendencias que iba a seguir el capitalismo, otras han sido confirmadas por la evolución histórica. Dos principalmente: la tendencia a la centralización y concentración del capital, y la constatación de que el capitalismo se encuentra sujeto a fluctuaciones cíclicas.

Otro economista que trató las fluctuaciones cíclicas fue Schumpeter, que estudió los ciclos cortos, medios y largos, a los que bautizó con el nombre de los analistas que los habían estudiado. Esto lo hizo en 1939, en un periodo, por tanto, muy convulso. Con posterioridad se desarrollaron modelos de crecimiento, basados en los supuestos keynesianos, pero proyectados a largo plazo, y no sólo a corto plazo como llevó a cabo Keynes en sus análisis. Estos modelos consideraban la existencia de ciclos. Otro autor importante fue Kalecky, que con una formación basada en Marx llegó a conclusiones similares a las de Keynes, pero antes que él, en el año 1933, en un libro que se tituló precisamente “Ciclos Económicos”.

La ortodoxia económica, sin embargo, no avanzó ni por Schumpeter ni por Kalecky, ni, desde luego, rechazando a Marx. Los neoclásicos asimilaron y neutralizaron los planteamientos más revolucionarios de la teoría de Keynes, llevando a cabo la síntesis neoclásica-keynesiana. Se convierte de esta forma a la teoría de Keynes en un modelo de equilibrio, cuando en realidad él lo planteó como de desequilibrio.

Así es que la economía ortodoxa estudia fundamentalmente el equilibrio, o la expansión, que es considerada el estado natural del funcionamiento de la economía de mercado. Por ello es por lo que cuando surge la crisis se trata de buscar responsabilidades fuera del propio proceso de acumulación, o se acude a factores psicológicos para dar cuenta de lo que sus presupuestos teóricos no son capaces de explicar. El bagaje de la ciencia económica convencional que se imparte mayoritariamente en las facultades de economía no sirve pues para analizar con precisión las crisis económicas.

No resulta por tanto extraño que los dirigentes de la economía actual, prisioneros de esa economía ortodoxa y convencional, no sepan ni dar explicaciones de la presente crisis, no hayan sido capaces de predecirla, y se encuentren un tanto desconcertados ante la evolución de los hechos, al tiempo que no saben lo que hay que hacer para paliar los efectos más negativos.

Para entender la crisis hay que retomar el estudio de Marx, Schumpeter, Kalecky, los poskeynesianos y los institucionalistas. Saber enmarcar este planteamiento teórico en la realidad concreta en la que estamos; esto es, la fase global del capitalismo, y acercarse al conocimiento de las diferentes estructuras económicas y sociales que configuran el mundo material en el que vivimos. No es esto lo que parece que predomine hoy en los círculos oficiales del poder y de la toma de decisiones, y así nos va.