Posiblemente, los sindicatos esperaban algún diálogo y negociación previa. Pero, en cualquier caso, las eventuales carencias y defectos de presentación no justifican ni el recelo ni la oposición crítica a una medida de esta naturaleza, que todo el mundo entiende que es imprescindible. Sin embargo, lo más sorprendente han sido las reacciones del máximo líder de Izquierda Unida, que ha llegado incluso a amenazar con grandes movilizaciones políticas y sociales.
Si la izquierda quiere tener algún futuro y la imprescindible credibilidad no debe caer en la demagogia ni en la falta más absoluta de sentido de realidad, sino que tiene que ofrecer una razonable seguridad y alternativas viables de futuro a los sectores que quiere representar. Y el caso de las edades de jubilación es, posiblemente, un buen indicador sobre estas exigencias.
Por ello, hay que ser capaces de entender que la actual edad de jubilación a los 65 años se estableció cuando los jóvenes se incorporaban al trabajo a edades más tempranas, cuando las familias tenían más hijos y cuando la esperanza media de vida frisaba los 70 años. Sin embargo, actualmente todo esto ha cambiado. Ahora los jóvenes se incorporan al trabajo, con suerte, a los 25 ó 26 años, las familias tienen un hijo como media, y la edad media sobrepasa los 80 años, con tendencia a situarse en los 90 años o más. De hecho, aunque las previsiones demográficas ya son alarmantes en este sentido, la realidad va a sobrepasar muy pronto las proyecciones meramente estadísticas, si nos atenemos a los avances médicos y a las previsiones de los científicos que estiman que el reloj biológico de los seres humanos actualmente está más cerca de los 100 años que de los 70.
Es decir, por muchas razones, la edad actual de jubilación es insostenible. Si una persona se incorpora al trabajo por encima de los 25 años, se jubila a los 65 (o menos “de hecho”) y vive hasta los 90 ó 95 años, en realidad sólo habrá trabajado, en el mejor de los casos, el 40% o el 42% de su vida. ¿Alguien piensa en serio que esto se puede sostener en el tiempo? Posiblemente nadie lo piensa y todo el mundo asume que es necesaria una profunda reestructuración de los calendarios vitales. Pero nadie quiere afrontar el riesgo de tomar medidas a medio plazo que puedan implicar el riesgo de alguna crítica o incomprensión popular. Lo cual da la medida de la crisis política de fondo en la que nos encontramos.
Por eso cuesta entender que incluso aquellos que suelen criticar la excesiva tendencia al corto plazo del actual gobierno se hayan sumado al coro de los protestones y no tengan la valentía de aplaudir la adopción de una medida que es de todo punto imprescindible, y que ya ha sido tomada por otros países avanzados y sensatos.
Esto no significa que no se trate de una medida que haya que modular y ajustar en su aplicación práctica, en función de la situación y las necesidades de las personas concretas. Sin duda, hay personas que realizan trabajos que a los 65 años resultan demasiado dificultosos, de la misma manera que hay otras que a los 68, 69 ó 70 años pueden seguir realizando perfectamente su trabajo, si así lo desean. Por ello, esta medida debiera acompañarse de un catálogo de perspectivas que tengan en cuenta las posibilidades y deseos de las personas concretas, con los incentivos correspondientes en cada caso y con posibilidades flexibles de trabajos de continuidad a media jornada, acumulación de derechos y beneficios de jubilaciones pospuestas, etc.
Todo ello, claro está, sin olvidar que en el fondo estamos ante una cuestión más general que afecta a las políticas de empleo y a las necesidades de tener políticas demográficas serias. En definitiva, estamos ante una buena ocasión para formular propuestas constructivas y para propiciar acuerdos y pactos responsables.