La época dorada que permitió estos “canibalismos” especulativos ha terminado.
Pero, ¿estamos preparados para no volver atrás? ¿sabemos que no podremos recrearnos viviendo por encima de nuestras posibilidades, endeudando a nuestras familias por el objeto de consumo más codiciado, siendo permanentemente “ricos” aunque pongamos en riesgo nuestro futuro más inmediato?
La época dorada requería un individuo determinado para hacerla posible. A finales del siglo XX, el escenario de nuestras democracias representativas se sustentaba sobre un creciente individualismo alimentado por el consumismo como equivalente a la felicidad y la razón egoísta del sujeto por encima del interés colectivo, que conllevaba el desinterés por los asuntos públicos y la falta de participación política. Como ya advertía Alfonso Guerra en su libro “la Democracia Herida”, la segunda mitad del siglo XX traía una pérdida general de la confianza y una crisis de valores; o lo que vino a reforzar Josep Ramoneda en su libro “Contra la indiferencia”, advirtiendo de la desaparición de la noción de bien común, donde se buscan proyectos individuales y no colectivos, “en una mercantilización absoluta de la sociedad”.
En toda época y sociedad, han existido “monstruos inmorales sedientos de codicia”, lo que caracteriza la época Dorada de la que acabamos de salir, no ha sido la existencia de estos descarados egoístas, sino la impunidad con la que han ejercido sus puestos públicos y privados, siendo además alentados, envidiados y respetados por el colectivo. Eso sólo podía ocurrir si el individuo se encontraba “entretenido” en sus asuntos privados, y ajeno al bien común del cual se desentendía.
No podemos volver atrás de la misma forma que no podemos volver a ser quiénes éramos. Necesitamos construir la argamasa moral que nos identifique en lo “común”, para prevenir colectivamente los abusos y monstruosidades individuales. Lo que está en juego en esta crisis financiera es la capacidad real de la Ciudadanía para imponer unas reglas democráticas de funcionamiento social frente al “sálvese el más fuerte” de una economía darwiniana capaz de eliminar a los más débiles del sistema: la Política versus Mercado, la Racionalidad Humana versus Racionalidad Económica, la Democracia versus Poderes no democráticos.
El problema es que, si para salir de la crisis, empleamos los mismos métodos, instrumentos y recetas de la Época Dorada, repetiremos el mismo esquema de Individuo, y nuestras angustias, preocupaciones y sacrificios tanto individuales como colectivos habrán sido en vano.
Europa necesita, no sólo de economía, para salir adelante, sino también de sanción (como elementos de justicia), y de pedagogía y moral cívica para conformar una sociedad que no sea “asocial”.