Todo este largo recordatorio sirve para explicar que el camino recorrido ha sido difícil y tenso, y que el resultado final, tan ajustado después de una marea de sondeos, todos ellos muy favorables, necesita explicación.

El sistema electoral francés impone un vencedor y un vencido, no hay medias tintas y ello provoca, y tensa al extremo, las divisiones naturales en una democracia. Francia, una sociedad mucho más moderada que lo que indican los resultados, se ve obligada a escoger. Cuando la convicción no puede ser, en la segunda vuelta se apuesta por el fundamento del voto y entonces entran en juego los sentimientos. Francia es mayoritariamente de derechas, porque el centro está obligado a dividirse entre uno u otro, y no puede reunir sus fuerzas. Además, el auge de la extrema derecha es una realidad desde el final de la guerra de Argelia y la crisis la empuja como en todos los países. Fue la apuesta de Nicolas Sarkozy. Y si la campaña dura diez días más la campaña, Sarkozy podría haber ganado.

Marine le Pen, con su voto en blanco le ha apuñalado, y efectivamente le ha faltado ese millón de votos que ha solicitado despiadada y hasta descaradamente. Pero hay más. Los electores del ex-presidente han manifestado también su miedo. El miedo al cambio. El vértigo ante el porvenir en manos de alguien que no conocen. Porque Nicolas Sarkozy, defensor de la ortodoxia económica imperante, de la Regla de Oro, se ha cuidado mucho de tomar, antes de las elecciones, decisiones fuertes y de difícil aceptación. Lo que puede explicar que tenga “una dulce derrota” en comparación con los demás gobiernos europeos que se han presentado a las lecciones en los últimos años. Lo duro venía después. Y ha utilizado el miedo al derroche, el miedo a la inmigración, el miedo a la religión musulmana, el miedo a la transición energética… Y casi gana.

Pero ganó Hollande, y aunque ha afirmado desde su primer discurso que es socialista, el más centrista de los socialistas, bien sabe que no le ha votado una mayoría socialista. Quizás tampoco una mayoría de izquierda, porque Francia no es mayoritariamente de izquierdas. Pero ha conseguido, por su esfuerzo personal de coherencia y de respeto de los valores republicanos, dar garantías en dos aspectos fundamentales para ganar una elección en Francia: proporcionar esperanza y ofrecer humanismo. Y en este último aspecto el electorado agrupado detrás de Francois Hollande ha emitido un voto de censura a Nicolas Sarkozy. Muy rápidamente el nuevo Presidente se va a enfrentar con las realidades, que conoce, de un país rico, que tiene una gran cantidad de bazas de porvenir en sus manos, desde la natalidad, la agricultura hasta la alta tecnología. Pero que también acumula corporativismos forjados en el pasado y hasta hoy inquebrantables.

Dentro de un mes se sabrá si las elecciones generales dan la mayoría al nuevo Presidente. Es probable, porque Marine Le Pen ha llevado su juego político de manera habilidosa. Ha derrotado a Sarkozy y, sin pedir nada a cambio de sus votos, se coloca como una temible adversaria de la derecha. Su segunda batalla será no solo para entrar con fuerza en la Asamblea, sino para acentuar la derrota de UMP y, consiguiendo su implosión, alzarse como la primera fuerza de oposición en una Francia, repito, mayoritariamente de derechas.

La elección de Hollande tendrá consecuencias importantes en Europa, porque alienta las tímidas aperturas hacia el crecimiento como remedio a los problemas de la deuda y del euro. Pero no será fácil, y lo ocurrido en Grecia lo demuestra. En su campaña, Hollande ha situado sus prioridades en la justicia y la juventud. Dos temas indiscutiblemente sensibles en la sociedad actual. Ha prometido parar la sangría del personal docente y comenzar la transición energética, impulsando las energías renovables. Además, proporcionará el voto a los extranjeros en las elecciones locales. Es necesario recordar, de paso, que en España lo hemos suprimido para nuestros nacionales residentes en el exterior.

Económicamente propone equilibrar los déficits, pero para 2017 se compromete a apoyar el crecimiento nacional y europeo. Todos los comentaristas insisten en que estos últimos puntos ponen a Europa otra vez en el camino de la historia. Pero esto ya lo oí antes. Fue en noviembre. Lo escuché en boca de Rubalcaba, en su debate frente a la “esfinge” Rajoy. Sí, lo oí.