El sábado 31 de enero de 2015 el señor Iglesias Turrión arengó en la Puerta del Sol de Madrid a algo más de cien mil ciudadanos. Empezó recordando la sublevación madrileña del 2 de mayo frente a los franceses, quienes trajeron en parte la ilustración a nuestro país, referencia doblemente rancia si tenemos en cuenta su condición de diputado al Parlamento Europeo.

Siguieron diecinueve minutos de soflamas en las que no logró decir, ni por equivocación, una sola propuesta, más allá de insistir en no pagar la deuda pública. Eso sí, cual telepredicador del medio oeste americano de tres al cuarto rellenó su intervención de aliteraciones, repitiendo con insistencia la idea de que su proyecto se construye a base de sueños. Desde luego que a base de ideas o de programas no. Esa es la gran ventaja de este partido prácticamente inédito, que cabalga a lomos de la fascinación de los periodistas y las encuestas electorales. Cualquiera puede soñar el futuro que quiera. Iglesias y sus conmilitones no tienen por qué revelar su agenda oculta. Basta con excitar al personal con que la Transición fue un cuento y que los partidos que la articularon no son otra cosa que una panda de ladrones, del primero al último.

Pues bien, al igual que en los años treinta del siglo pasado, los sueños pueden fácilmente convertirse en pesadillas, sobre todo cuando se carece de un mínimo sentido de la realidad y de conocimiento de la economía. Porque si una cosa ha dejado clara el partido que toma su nombre de la primera persona del plural del verbo poder, haciendo de paso un indisimulado homenaje al filme “El triunfo de la voluntad” de Leni Riefenstahl, es que su modelo a seguir es el de la Grecia de Syriza. La conversión de la política en estética insustancial queda fuera de dudas cuando en el mismo discurso del 31 de enero, en lugar de poner de relieve que el señor Tsipras prometió el cargo en una ceremonia laica, se recuerda, eso sí que es importante, que no llevaba corbata. Lo que importa es ganar votos, por lo que no es cuestión de ofender a los católicos.

Pues bien, alguna cosa aprendimos en la universidad aquellos que éramos socialdemócratas entonces y lo seguimos siendo ahora, mientras los que estaban supuestamente a nuestra izquierda hoy en su mayoría engordan su cuenta corriente a sueldo de las grandes multinacionales y consultoras, o en su defecto abrazan los cantos de sirena del populismo iliberal. Lo que muy pronto supimos, aquellos que descubrimos el socialismo democrático de la mano del añorado Gregorio Peces-Barba, entre otros, es que la izquierda estética, aquella que puerilmente reniega de la corbata y convierte la coleta en un símbolo de la nada, no resuelve ningún problema, además de carecer de aspiraciones, salvo acaso las de recrear las utopías regresivas. En cambio, un verdadero socialista es aquel ciudadano que mientras demuestra un respeto exquisito de los procedimientos, las normas y las formas, trabaja por la más radical de las transformaciones, sin tener que recurrir a los aspavientos ni a los maniqueísmos.

Ciertamente la realidad ha demostrado en pocos días la peligrosidad de los aflautados senderos que conducen al abismo a la alegre multitud. El nuevo Gobierno griego empezó su andadura en plena consonancia con el credo de Pablo Manuel Iglesias y compañía, es decir, convirtiendo los gestos en política. Primero, se rompió la posición común de la Unión Europea respecto de Rusia, como es sabido una pacífica democracia, para a continuación decir que no se reconocía como interlocutores a aquellos que no son otros que los acreedores de Grecia. Los mismos que en Sol jaleaban sin pudor al defraudador fiscal Monedero, se regodeaban ante tal hazaña: los griegos humillan a los hombres de negro. Solo que como diría Azorín, el resultado no es muy diferente al de orinar en las paredes del Banco de España.

El caso es que de bancos centrales va la cosa. La respuesta no se ha hecho esperar por parte del Banco Central Europeo. A medianoche del 4 de febrero de 2015 el ente emisor del euro cerraba el grifo al Estado griego, al considerar no solventes los bonos de la República Helénica en un lacónico comunicado de 252 palabras. Los medios afines al poder emergente en España, como el “El Diario” han montado en cólera: ¡El BCE contra la democracia! Pues bien, rápidamente el ministro de hacienda alemán ha recordado que tanto valen los electores griegos como los germanos, al tiempo que ha señalado que las promesas que se hacen a cuenta de las decisiones de terceros valen poco, o nada.

Ese ahí donde precisamente naufragan los populismos. Al hacer abstracción de la Unión Europea, estos movimientos engañan al ciudadano, haciéndole creer que la democracia del siglo XXI es aquella que se materializa exclusivamente en las elecciones generales y en el Estado Nación. No es así. La democracia en la que vivimos es supranacional. Se organiza a través de un Parlamento Europeo y 29 Estados miembros de una Unión con vocación federal. Tsipras y Grecia lo están descubriendo según escribo estas líneas. Cuando en España se celebren los comicios de otoño, nadie podrá decir que no hemos sido advertidos.