Es digno de elogio el riesgo que ha asumido Kenneth Branagh al hacer este “remake” de lo que se considera la obra maestra de Joseph L. Mankiewicz (1972). Se trata de la adaptación de la obra teatral de Anthony Shaffer, pero esta vez traída al tiempo de las nuevas tecnologías y de la obsesión por la seguridad – cámaras de vigilancia, luces de neón y móviles- pero nada esencial cambia en una historia de resentimiento y celos, donde un afamado escritor de novelas policíacas pone en práctica una de las alambicadas tramas que acostumbra a escribir. Venganza de un marido por la ofensa recibida de un joven e ingenuo seductor. Es la condición humana llevada al extremo, enfrenta- miento entre dos individuos que aceptan las normas de la ley de la selva en la que sólo uno puede sobrevivir.

La dirección imprime un carácter muy activo y variado –picados, contrapicados y en ocasiones abusa de primeros planos- muy distinta de la que empleo Mankiewicz.

Michael Caine borda su personaje, su dominio de la escena y su talento para trasmitir sentimientos sólo con la mirada, dan peso específico a la película. Jude Law logra una interpretación correcta, pero muy alejada de la que logro el propio Caine en 1972.

Sin duda, esta película entretiene y gusta, pero los nostálgicos siempre echarán de menos la calidez de la ambientación y el duelo magistral de Laurence Olivier y Michael Caine. Sin rodeos, Branagh ha hecho una buena película, pero Mankiewicz una obra maestra.