En relación, por ejemplo, con los movimientos sociales, en los que también han participado personas que a su vez militan o simpatizan con diferentes agrupaciones de izquierda, lo que más llama la atención es su silencio y la incapacidad que están teniendo para movilizar, salvo actos puntuales, y para crear conciencia de lo que está pasando. Y eso ocurre, además, en un momento, en el que se están cumpliendo las advertencias de riesgo que se hacían acerca de la globalización financiera. Es el caso de ATTAC, un movimiento que alertó de los peligros que la globalización financiera podría traer y de la inestabilidad que estaba generando en los mercados, así como de los efectos negativos que estaba teniendo sobre la desigualdad. Y ahora, cuando se cumplen sus advertencias, este movimiento y otros que han sido muy activos en los últimos tiempos están bastante desaparecidos del escenario social.
Se pueden leer análisis, en algunas ocasiones bastante acertados y lúcidos, de diferentes pensadores vinculados a estos movimientos. Pero las reflexiones que pretenden difundir a la ciudadanía sobre los males que nos atenazan (desigualdad, desempleo, pobreza y deterioro ecológico, entre los más graves) se encuentran muy difuminadas. Y sin embargo estos análisis resultan sin lugar a dudas necesarios para ayudar a crear conciencia de que nos encontramos ante una crisis estructural y profunda y no sólo coyuntural. Es cierto que estos movimientos sociales no tienen una vocación política de intervenir activamente en las elecciones, pero sus actividades han sido importantes para movilizar a la ciudadanía a favor de causas justas y para favorecer un pensamiento crítico con el sistema.
En todo caso, lo que sí resulta evidente es que fuerzas políticas de la izquierda transformadora sí se hacen eco de las reivindicaciones de estos movimientos, y en muchos casos sus afiliados y dirigentes son también activos militantes de estos movimientos, como es el caso de ATTAC. Pero a esta izquierda tampoco le ha ido nada bien, y en algunos casos, como en Francia, por debajo de las expectativas creadas. En España los resultados han sido muy pobres, tanto para el partido anticapitalista (apenas se ha sabido de su existencia) como para Izquierda Unida, que tiene una mayor tradición que el anterior, surgido de una escisión de sus filas.
Los dirigentes de Izquierda Unida se han manifestado moderadamente optimistas, lo que de ser cierto no deja de crearme una cierta perplejidad, y lo digo con la simpatía que tengo hacia esta fuerza política. Hay que aceptar, sin embargo, que el estado de ánimo postelectoral se encuentra estrechamente vinculado a las expectativas creadas, y es posible que sus dirigentes se temieran peores resultados o un derrumbamiento; de ahí su optimismo moderado. Pero habida cuenta de que en estas elecciones no cuenta tanto el voto útil ni tampoco afecta negativamente el sistema electoral español, los resultados tampoco son para sentirse satisfechos; al fin y al cabo ha sufrido un descenso sobre la anterior convocatoria electoral. Todo ello debería conducir a la coalición a hacer una autocrítica, si se quiere avanzar en el futuro; debería conducir a analizar lo que está pasando y, fundamentalmente, a reflexionar sobre por qué no es capaz de recoger el voto de izquierdas que, desencantado con el PSOE, se abstiene o vota en blanco.
Por lo que concierne a la socialdemocracia, está pasando desde hace tiempo una crisis de identidad. Sus propuestas se han deslizado, en casi todas partes, hacia el social-liberalismo, dejando atrás proposiciones más reformistas y socialdemócratas. Han sido cómplices del desarrollo de la globalización financiera, con convencimiento en muchas ocasiones, en otras porque se han dejado arrastrar por las tendencias de la economía mundial sin hacer resistencia, sino acoplándose a los hechos de un modo conformista y aceptando las tesis de los fundamentalistas de mercado. Ahora resulta muy complicado cambiar el discurso económico y social, aunque existen matices relevantes –en comparación con el de las fuerzas políticas conservadoras– que hay que considerar. Pero, en todo caso, la socialdemocracia se encuentra prisionera de sus postulados anteriores y se siente incapaz de ofrecer alternativas convincentes a los problemas existentes.
En fin, sobre esto se tiene que profundizar, pues es indudable que la izquierda tiene importantes retos y desafíos en los países desarrollados, pero hay que admitir que no es sencillo hacer propuestas en una sociedad cuyo nivel de desarrollo contribuye a la moderación política y que está sujeta a grandes transformaciones en los últimos años.