El triste espectáculo del ahorcamiento-linchamiento de Sadam Hussein en el Iraq ocupado por el Ejército Norteamericano ha sido un eslabón más en la cadena de despropósitos que se inició con la invasión de este país por Bush II.
A las mentiras sobre la armas de destrucción masiva siguieron un rosario de acontecimientos que repugnan la conciencia civilizada de cualquier ser humano. Los bombardeos a poblaciones civiles, el saqueo de los museos, la desarticulación total del Ejército y la Policía iraquíes (sin que ninguna fuerza supliera su papel), la imposición de la ley del lejano Oeste de se busca “vivo o muerto”, la violación de derechos humanos en las prisiones, las denuncias de corrupción en el uso de los fondos de ayuda y un sin fin de tropelías han acabado plasmando en la conciencia colectiva la imagen antitética de lo que es un comportamiento democrático y civilizado. ¿Cómo se ha podido hacer todo esto en nombre de la Constitución de los padres fundadores de la revolución norteamericana? ¿Es posible, nuevamente, que una Nación a la que se tiene por especialmente avanzada, desarrollada y civilizada pueda acabar cometiendo graves crímenes contra la humanidad?
Las personas sensatas y racionales de todo el mundo esperan que la nueva mayoría demócrata en el Congreso Norteamericano sea capaz de frenar las políticas de un Presidente que ha perdido el norte político, que amenaza con llevar a los EEUU por una senda totalmente negativa, y que, en estos momentos, se encuentra diseñando nuevas estrategias “rancheras” y nuevos despliegues militares en la zona del Golfo Pérsico, una zona que va camino de convertirse en el paradigma más claro de los enfrentamientos sectarios, la violencia extrema y la incivilidad. Esperemos, también, que las próximas elecciones presidenciales norteamericanas rectifiquen claramente este rumbo político.