Los Gobiernos debieron acudir al rescate de los bancos porque la crisis, que no era económica en su origen sino financiera, amenazaba con desestabilizar el sistema llevándonos a un desastre global que pudiera semejar al “corralito argentino”. Había que endeudarse para salvar a los bancos para que los ahorros de todos los “mortales” no se convirtieran en humo. Ahora, resulta que los mercados, en su lógica implacable, no tienen confianza en unos gobiernos que tienen una deuda elevada (producto de haber parado la inactividad empresarial con inversión en obra pública y de haber “alimentado” a los bancos), y ¡hay que dar confianza al mercado!

En esa lógica siniestra, no hay gobierno que resista. Primero fue Grecia, alegando que sus cuentas estaban falseadas o que la Comisión Europea “miraba hacia otro lado”; luego Irlanda, ese paraíso ultraconservador donde el milagro del crecimiento económico resultaba imparable y el PP lo ponía como ejemplo de “las cosas bien hechas”. Sobrevuela Portugal y España, mientras que Gran Bretaña, Francia e Italia viven las manifestaciones y protestas ciudadanas más impresionantes desde la Segunda Guerra Mundial. Alemania, el motor europeo por excelencia, es la única que saca cabeza remontando ligeramente su crecimiento y creando empleo; ¡menos mal! porque si esto no ocurre allí, ya no tendremos cabeza donde sujetarnos. No quita para que Merkel pase sus horas más bajas de popularidad y para que el gigante alemán no esté creando un muro de fronteras para dentro que puede “minar” la estabilidad del conjunto.

Nadie está exento ante los bocados del mercado. Da igual que los gobiernos sean progresistas o conservadores; da igual que estemos dentro de la zona euro o no; da igual que se sigan haciendo recortes y recortes. La pregunta del millón que nadie sabe responder (lo que me consuela de sufrir este complejo de ignorante y la cara de abobada que exhibo permanentemente ante tanta confusión): ¿hasta cuánto tenemos que sacrificar para que los mercados vuelvan a confiar?

No hay recetas mágicas, ni gobiernos magos, ni economías estables en estos momentos. Aunque el PP nos quiera hacer creer otra cosa. En este sentido, el comportamiento de la derecha española no es de “deslealtad o antipatriotismo” (que lo es, pero ellos sabrán), sino de absoluta ceguera. ¿Qué país esperan recoger? ¿A costa de qué quieren ganar sea como sea? ¿Acaso las medidas económicas en las Comunidades donde gobiernan no están en la lógica que aplicaría Rajoy: venta de patrimonio, cesión de suelos públicos, reducción de ayudas y subvenciones, la imposibilidad de pagar a empresas y autónomos, y gobiernos inactivos por una deuda galopante?

El acoso y derribo al que están sometiendo al Presidente del Gobierno es vergonzante. Da igual lo que diga o haga, el “pim, pam, pum” es constante, sin tregua ni descanso, provocador y amenazante, extremista y generador de odios. ¿Para qué va a servir? Allí está Rajoy esperando heredar ante la caída del gobierno socialista, pero no nos dice qué hará cuando herede la posesión del gobierno, porque no se pueden repetir las “fórmulas antiguas” que crearon parte de estos males: la burbuja inmobiliaria y las hipotecas basura.

Tampoco hace falta que se empeñen tanto en golpear insistentemente al Presidente del Gobierno. Como todos los líderes europeos, está sometido al desgaste político, a la falta de credibilidad y confianza, y a la vulnerabilidad ante unos mercados que amenazan sin compasión.

España, igual que Europa, está sumida en la misma lógica. Estamos dentro de un laberinto de espejos buscando la salida, viendo distorsionadas nuestras imágenes. Quizás lo que no se ha atrevido ningún gobierno a plantear es que habría que romper los espejos y comenzar el juego con otras reglas.

Esta crisis económica deja algunas sombras: no hay gobernanza política global que le eche un pulso al mercado; da igual que los gobiernos sean progresistas o conservadores; no hay más fórmula mágica que recortar y recortar el Estado de Bienestar que tantos años “ha soportado” amargamente la economía liberal y que ahora saborea su venganza. Todo aquel que se salga de esta ilógica lógica impuesta es un “utópico trasnochado”.

¡¿Para cuándo un puñetazo en la mesa?!