Frank Darabont, director y guionista de películas como Cadena perpetua y La Milla de oro, vuelve a obsequiarnos con una excelente película. Esta vez en el territorio del pánico. Se ha inspirado, como en las dos que he mencionado, en una novela Stephen King, un relato donde el escritor despliega las artes que mejor maneja, la de un terror entre lo real y lo fantástico capaz de inyectarnos grandes dosis de inquietud y miedo.
La historia trascurre en un pequeño pueblo de Maine, donde estalla de repente una violenta tormenta que termina tan bruscamente como comenzó. Entonces aparece una espesa niebla que va entrando y atrapando a la gente en sus hogares, supermercados… y va matando a todo aquel que se adentra en su oscuridad.
Con un perfecto dominio del ritmo cinematográfico nos cuenta la historia de un puñado de hombres y mujeres cercados en un supermercado por esa misteriosa niebla poblada de criaturas asesinas. Y ahí, encerrados como niños asustados, King y Darabont nos cuentan cómo reacciona el ser humano ante las dificultades y los problemas cuando la fina capa de barniz civilizador desaparece. Esta situación sirve para demostrar la rigidez de ciertos comportamientos, la influencia del poder político y religioso en las personas y, también para retratar el alma del ser humano en momentos críticos, en los que conviven al mismo tiempo egoísmo y solidaridad, amor y odio.
Como resume su propio director la película recoge la idea central de la novela “Las reglas desaparecen y la superstición sustituye a la razón y el pánico al pensamiento” con lo que la cinta logra que “la auténtica amenaza no resulta ser lo que hay fuera, sino tus amigos y vecinos son los peligrosos”. No cabe duda el miedo lo cambia todo.