“Después de haber mantenido muchos contactos he llegado a la convicción de que los nativos de espíritu positivo acabarán reaccionando y predominando, haciendo posible un progreso más civilizador y una evolución más armoniosa de la vida de este planeta. Los impulsos positivos y las potencialidades de cambio se pueden sentir por doquier, por mucho que los poderosos pugnen por ahogar los pálpitos de esperanza. Después de haber analizado múltiples informaciones he llegado a la conclusión de que los poderosos no lograrán frenar el cambio, no tendrán éxito en imponer sus patrones codiciosos y depredadores, ni serán capaces de evitar los avances necesarios…No lo lograrán, porque el principal motor de los cambios es el sentido de humanidad de los nativos…”
José Félix Tezanos, “La rama quebrada”, pág. 381.
Difícilmente pueden comprenderse las transformaciones más recientes de la sociedad española, y de la ciencia dedicada a su estudio, sin las aportaciones de José Félix Tezanos. Unas aportaciones que, a pesar de las distancias cronológicas, la variedad y la riqueza, son un ejemplo, como diría Wallace de: “Generar enunciados acerca de los acontecimientos del mundo de la experiencia humana y de contrastar su verdad”. Personalmente creo que la razón fundamental de esa coherencia se debe a un hecho: cada paso en el análisis de la realidad social, cada pieza del mosaico de la vida, responde a una pregunta bien precisa. Y esas preguntas, invariablemente, conciernen a cuestiones esenciales de nuestra disciplina.
José Félix Tezanos es miembro de una generación que ha sido clave para España. Una España siempre necesitada de pensadores que sacudan nuestras inercias, de hombres de bien que hagan prevalecer el proyecto colectivo a los intereses personales, y de personas lúcidas que nos ayuden a todos a iluminarnos los caminos, a hallar la justa dimensión de los problemas y a guiarnos conforme a una escala de valores propia de una sociedad democrática.
Allá por los años veinte del siglo pasado, el poeta surrealista René Crevel proclamó que “ningún atrevimiento es fatal”. Como en tantas otras ocasiones, Tezanos parece haber hecho suyo este alegato, y ha corrido el riesgo de publicar su primera, y esperemos que no última, novela.
Arrojado en un escenario desconocido, Adam, el protagonista, es un nuevo Robinsón que siente la necesidad de plantearse “porqués”. Aún más, en la práctica, tiene la exigencia de una explicación. Su entorno es un inmenso laberinto repleto de interrogantes sobre los que tendrá que arrojar luz y descubrir la razón o razones que se esconden detrás de ellos.
El esqueleto de la novela de Tezanos no es otro que la relación entre quien conoce y lo que es conocido. Una relación de la que emerge en la historia de la filosofía la eterna disputa entre los baconianos, que apuestan por el dato neutro, y los kantianos, que sostienen el imprescindible carácter teórico de nuestro conocer. Pero no es mi intención asustar al potencial lector con polémicas ligadas a la teoría del conocimiento. Desde este armazón, se nos va presentando toda una galería de situaciones cotidianas en las que, al tiempo que se nos arranca más de una sonrisa, se nos ofrece una visión crítica e irónica de nuestra sociedad. Un mundo que ha olvidado sus dimensiones propiamente humanas.
En su primera novela, José Félix Tezanos ha cuidado exquisitamente las formas, nos ha enseñado en más de una ocasión cómo puede conjugarse la profundidad de pensamiento como la más diáfana sencillez; la firmeza en las propias ideas, en las convicciones más arraigadas, con la más exquisita tolerancia y benévola compresión hacia las ideas y convicciones de los demás. Nos ha mostrado cómo se puede armonizar el proceso de reflexión e introspección íntimas con la apertura generosa hacia los problemas y las necesidades de quienes nos rodean.
“Después de todo lo que he visto y conocido creo que también nosotros debemos apostar por la esperanza ¿Correremos algún peligro si lo hacemos?” (José Félix Tezanos, “La rama quebrada”, pág. 394). En unos momentos de incertidumbres, inseguridades y riesgos siempre es una muestra de humanidad mantener viva la ilusión. Y, al fin y al cabo, la obra de Tezanos es eso, un canto a la esperanza.