El quipu es un instrumento de la cultura Inca que algunos han considerado la versión americana del ábaco mesopotámico. El ábaco servía, tan sólo, para contar. El quipu era mucho más. Unas cuerdas anudadas de diferentes colores que se utilizaban para registrar información, acontecimientos y llevar las estadísticas del complejo Imperio Inca y que se utilizó hasta la llegada de los españoles.
Los quipus estaban al cargo exclusivo de privilegiados funcionarios del imperio denominados quipucamayoc, ya que de ello se derivaba el uso del poder al poseer la información sobre los bienes y los tributos que cada poblador debía pagar al Imperio. Nudos de colores ininteligibles para todos los demás, al servicio del Inca, para gestionar la riqueza; la riqueza de todos.
El poder de las cuentas no es novedoso, ni inocente.
Hoy los quipus que dicen si vamos bien o mal están en los todopoderosos organismos internacionales (OCDE, FMI, BM, BCE …). Son los que determinan las decisiones políticas a adoptar sobre la vida de los ciudadanos. Y a fuerza de ser repetidas en los medios de comunicación se nos hace creer que nuestra percepción de bienestar es la correcta y así a conformarnos con la situación que vivimos.
Los políticos compran fácil este método, se rodean de “expertos” que les interpretan los datos para acomodarlos al discurso “políticamente conveniente”. Magia efímera y de poco calado; al final del día los ciudadanos se sienten como se sienten y no como les cuentan. Ello hace que el discurso político este cada vez más lleno de vaguedades y de lugares comunes.
Los grandes del pensamiento social moderno no basaron sus teorías y modelos en datos econométricos o estadísticos exclusivamente. La econometría y la estadística valen para validar, contrastar determinadas hipótesis planteadas teóricamente. No son un absoluto. En la política menos. La condición humana, como vendría en decir Hannah Arendt, tiene que lograr que “los espacios perdidos de lo político” sean modificados en la búsqueda de individuos libres que piensan y actúan de forma política, y que en uso del pluralismo de las ideas y acciones, conseguir un mayor grado de de igualdad y bienestar en una sociedad que es compleja por naturaleza.
El sistema de vida que se ha ido desarrollando en las últimas décadas basado en el consumo como forma de identificación del bienestar, unido a la globalización, ha solidificado una “era de expectativas ilimitadas” que vaticinó Krugman, tan denostado actualmente por algunos, y que tiene mucho que ver con la pérdida de la conciencia política de las clases medias. Estas habían asumido crecer sostenidamente como fórmula para garantizar el bienestar individual y la cohesión social, todos ganadores. Una sociedad con la riqueza mejor distribuida capaz de crecer progresivamente y no dar saltos para alcanzar todo lo que se nos pone en las cercanías de nuestros deseos de forma inopinada.
La deriva liberal seguida en los últimos años y acrecentada con la crisis económica no ha generado oportunidades iguales para todos. El liberalismo nunca lo hizo.
La pérdida de esta conciencia es lo que ha generado frustración, alejamiento de la política y la búsqueda progresiva de caminos ideológicamente extremos. El aumento de la corrupción no deja de ser una consecuencia de ello, el enriquecimiento es la meta y todo termina valiendo.
A ello se une la pérdida del valor de la socialdemocracia como modelo efectivo de lucha contra las desigualdades de todo tipo, económicas, sociales pero también políticas y territoriales.
Cuando se estudie en profundidad el fenómeno del 15-M se comprobará, a buen seguro, que es un movimiento de clases medias, no de trabajadores en sentido clásico ni de políticas alternativas, son jóvenes que albergaban ser beneficiarios de un crecimiento sin límites, puesto ante los ojos por los mass media que han venido generando nuevos paradigmas ideológicos.
La crisis les ha dejado en el andén de la estación y el tren pasó. Eso duele y hace poner en cuestión todo el sistema.
La España de hoy es consecuencia de los valores cívicos generados en el devenir de nuestro sistema de convivencia política y modelo de crecimiento económico de los años 80. Una década que fue un esfuerzo por recuperar etapas perdidas creando una Sociedad de Bienestar siguiendo el referente europeo y propiciando nuestra equiparación. La tarea desde ahí era un ejercicio de nuestras capacidades: producir bien, competir, internacionalizar en todos los mercados. Requería adaptarnos en todo a los europeos; modelo de trabajo, relaciones laborales y cambio de hábitos y costumbres. No es anecdótico que cuando en España se empieza a trabajar, en Bélgica lleven ya hora y media haciéndolo. La productividad por hora no es ni comparable y, sin embargo, su calidad de vida no es menor que la nuestra. Ha sido un loable esfuerzo seguir queriendo ser latinos y mediterráneos en formas de vida y centroeuropeos en grado de bienestar; loable, sí, pero poco realista.
Además hay que unir un factor de psicología social. Los abuelos de hoy fueron los niños y jóvenes de postguerra, hijos de la escasez y la penuria vital. Las generaciones posteriores ambicionaron la necesidad de poseer todo lo que estuviera a nuestro alcance y algunos incluso generar atajos para poder llegar a lo que no estaba.
La ideología imperante en estos años es determinante de lo que nos está pasando ahora. Se siguieron pautas de actuación que significaban un verdadero desclasamiento fundamentado en una errónea concepción del bienestar. ¿Cuántos jugaron en Bolsa para obtener beneficios especulativos, ya que contaban con información adecuada? Por no hablar del esfuerzo que al padre le costó hacerse con una vivienda y lo fácil que ha sido a la siguiente generación comprarla sobre plano, y no una sino hasta tres, convirtiendo el negocio inmobiliario en un ventajoso sustitutivo de las horas extras de los sesenta y setenta. Hemos asistido, sin el mínimo pudor, al florecimiento de negocios meramente especulativos, siempre buscando alguien que edulcore los impuestos y disminuya la cuota. Prácticas que no han tenido color político al ser parte del sistema.
La memoria histórica de la escasez ha llevado a hacer bueno el “yo quiero lo que mi padre nunca tuvo y para mis hijos lo que a mí no me pudieron dar”. Abandono de la cultura del esfuerzo y un ansia consumista alentada por las entidades financieras mediante agresivas campañas publicitarias (créditos instantáneos). Los gurús económicos avalaban las bondades del modelo con cifras y datos y con la complacencia política.
Ha sido un grave problema de cultura democrática con responsabilidad compartida. Ausencia de búsqueda de Calidad de la Democracia es el problema. Democracia es ser capaces de hacer ejercicios de responsabilidad institucional y hablar a los ciudadanos como ciudadanos y no siempre en su condición de votantes, contribuyentes o consumidores o como partes agregadas a una suma contable.
La política no es solo, ni lo más importante, criticar al que gobierna, ni descalificar al que quiere gobernar. La política es pedagogía cívica explicando que las incertidumbres del hoy y las proyecciones del mañana tienen mucho que ver con cómo se ha vivido en los años anteriores. No es mirar hacia atrás, tampoco ofrecer soluciones como el que vende en la feria. No serán soluciones si no somos conscientes de cómo somos, quiénes somos y qué podemos aspirar a ser.
Necesitamos un cambio de modelo cultural, social y de regeneración política. Replantear lo que entendemos por Bienestar, que no es una suma cuántica, tiene un alto componente solidario para evitar que los que disponen de más dispongan aún de más y los que tienen menos queden en el camino.
No es una economía sostenible es una Sociedad Sostenible. Aportar liderazgo, ideología y pedagogía ciudadana. Dejar de propiciar el surgimiento de ciudadanos confundidos y temerosos, incrédulos, descreídos y con miedo a que su bienestar, el esencial, se ponga en peligro como ha hecho la crisis.
Hay que diseñar con urgencia una Sociedad Sostenible, sin cartas marcadas de pueriles intereses electorales. Es la única fórmula para que los ciudadanos no dejen de creer en la Democracia.
Como escribió Oscar Lafontaine, cuando no era un político maldito, ante los problemas de Democracia hay que “osar” más Democracia.