El pasado 3 de febrero la Cámara de los Comunes de Gran Bretaña aprobó por 382 votos a favor y 128 en contra, una técnica de reproducción humana asistida, que permitirá el nacimiento de seres humanos, concebidos con material genético de tres progenitores, siguiendo un procedimiento novedoso a la par que polémico, con el objetivo de crear embriones libres de enfermedades mitocondriales.
En concreto, consiste en la fertilización de dos óvulos con gametos de un padre biológico, uno de la madre y otro de una mujer que dona su óvulo. A los embriones así generados se les sustrae el núcleo. Se desecha el núcleo formado en el óvulo de la mujer donante y se utiliza el núcleo que ha sido producido por los gametos de los padres, que es introducido en el embrión de la donante. Finalmente se transfiere al útero de la madre, dando lugar al nacimiento de un bebé sano.
Desde que en el año 1978 nace Louise Brown, primer bebé probeta del mundo y en el año 1984 Zoe Leyland, que vino al mundo tras permanecer en estado embrionario a -196º en nitrógeno puro, mucho se ha avanzado en este campo y variada y controvertida ha sido también la casuística a lo largo de estos años.
Estas técnicas, en su conjunto, ofrecen una alternativa para tener descendencia tanto a parejas heterosexuales/homosexuales, como a mujeres y hombres a iniciativa individual. Asimismo, la procreación de seres humanos pareciera hubiera devenido en un producto más del mercado, sujeto a las leyes de la oferta y la demanda y visible, por poner un ejemplo de actualidad, a instancias de la utilización de la maternidad subrogada por parte de famosos artistas y personajes de alcance internacional como Elton John, Ricky Martin, Nicole Kidman, Sharon Stone e, incluso, el propio Cristiano Ronaldo. Un tema que por su envergadura merece que nos ocupemos en otra ocasión, detallando la filosofía que subyace en los argumentos a su favor y en contra.
De lo que no hay duda es que con estas técnicas las viejas percepciones sobre la esterilidad/fertilidad se han visto afectadas, puesto que han hecho posible vencer problemáticas hasta hace pocos años infranqueables. Además, la reproducción se medicaliza, produciéndose una disociación entre ésta y la sexualidad, que conduce a una “desnaturalización” o “artificialización” de la naturaleza, quebrándose el concepto demográfico de fertilidad, puesto que desde hace años ya no existen límites biológicos para que mujeres menopáusicas alumbren hijos (el de mayor edad conocido en España fue el de una mujer con 67 en el año 2007).
Por otro lado, hay que indicar que estos procedimientos alteran la especificidad tradicional de la familia de constituir una “comunidad de sangre”. Los límites biológicos del grupo familiar se pueden traspasar, basta para ello con que se utilice material genético de donantes, dándose entrada a otros participantes coyunturales que no llegarán a ser miembros del núcleo familiar, pero que sin duda adquieren un gran protagonismo en el proceso, como en la reciente posibilidad aprobada en Gran Bretaña.
El tema adquiere un alto nivel de complejidad cuando se crean embriones crioconservados, tratándose de una de las posibilidades que mayor controversia ha tenido a lo largo de estas décadas de praxis en este terreno. Implica conceptualmente que haya individuos/familias en fase de vida latente y que, en cualquier momento pueda procederse a su “resurrección”.
Debe valorarse que la reproducción asistida conlleva que conceptos sociales primarios cercanos e íntimos para los seres humanos como son la maternidad, la paternidad, las estructuras del parentesco y la propia concepción de familia se hayan visto afectados. En buena medida, ello se debe a que la vinculación biológica, que tanto peso ha tenido en nuestra cultura y que ha sido uno de los rasgos definidores de la familia ve reducida su fuerza en favor del lazo socio-cultural y de la relación surgida de la convivencia y la afectividad entre el nacido y su madre/padre.
La relación padre/madre/hijo/hija se ha trastocado pues, desde nuestra tradición católica, los hijos/as eran vistos como una “bendición y un don de Dios” y venían al mundo “cuántos hijos Dios quería”. En estos momentos, en los países más avanzados, salvo para sectores muy concretos, la llegada de los hijos es el resultado de la planificación y decisión privada de la pareja heterosexual/homosexual o de la mujer/hombre sólo. Y, por tanto, salen a la luz nuevas figuras de madres/padres, que alcanzan ese estatus a partir de una intermediación científico-tecnológica, que busca, por encima de todo, el resultado: la llegada al mundo de un nuevo individuo.
Además, nos encontramos en disposición de “diseñar” el futuro de la especie humana, con las consecuentes sombras vinculadas a la eventual búsqueda del “niño/niña/familia a la carta” y a la cosificación en la creación de los seres humanos y de las familias, tal como Aldous Huxley anticipó en su obra Un mundo feliz.
A la luz de lo expuesto con anterioridad cabe concluir que las modernas técnicas reproductivas son un motor importante de cambio social, también muestran que las sociedades de principios del siglo XXI no deberían ser analizadas con los mismos patrones analíticos y conceptuales de los de hace siglos. La familia, la maternidad, la paternidad y el parentesco habría que contemplarlos desde una mirada más jovial, quizá haya que comenzar a utilizar estos conceptos otorgándoles una connotación más plural. Si así lo hacemos, quizá suponga una quiebra respecto a la historia humana anterior, quizá no, pero en cualquier caso deberíamos vislumbrar el mundo que nos rodea, adecuándolo a los parámetros científico-tecnológicos en los que vivimos. Y desde luego lo que se alcanza preceptivo es consensuar el modelo de sociedad al que queremos conducirnos, pues de ello dependerá nuestro futuro como especie biológica y cultural.