Rosa Montero logra elevarnos con la figura de Madame Curie a las alturas del ser humano, de una mujer luchadora e incansable, que desplego una trayectoria científica de tal nivel que le hizo merecedora del Premio Nobel y transitó por una vida familiar, marcada por unos orígenes humildes y por un talento desmedido que pudo desarrollar, junto al que fue su esposo y compañero de vida, hasta que un carruaje le arrebato del mundo precozmente y dejó a nuestra protagonista como a un pajarillo cuando pierde el amparo de su nido. Profundamente triste siguió su camino, dedicada a su gran pasión, la ciencia, y al cuidado de sus dos hijas de corta edad, y vivió la hipocresía de una sociedad remilgada, que la injurió por intentar volver a ser amada. Y murió sin descubrir nunca su sonrisa a los ajenos, aunque seguro que siempre le acompaño y compartió con sus más allegados. Y no fue la mujer fría e hierática que las imágenes y fotografías de la época transmiten. Una mujer de tal fuerza, disposición y energía, que llego a dar incluso su vida por la ciencia, seguro que fue también una mujer apasionada personalmente, tal como se refleja en las líneas que escribió en su diario a la muerte de su esposo y que pueden leer en las últimas páginas de este libro.
‘La ridícula idea de no volver a verte’ ha significado también un reconocimiento, un acto de amor de Rosa Montero hacia su marido fallecido, del cual ofrece algunas pinceladas sobre su bondad, su personalidad, con extrema delicadeza y sensibilidad.
Este libro es, por tanto, la historia de dos mujeres que han vivido en primera persona la felicidad y el sufrimiento más estricto y cruel: la pérdida del ser amado, del compañero de camino, del amigo, del confidente, de lo que pudo haber sido y no fue… Pero a pesar de ello la rueda de la vida sigue y sigue, los recuerdos siempre acompañan, reconfortan y permiten discurrir sobre que la verdadera esencia de nuestra existencia está en lo más sencillo, en poder disfrutar del sol, de la risa de un niño, de la naturaleza en plenitud, de los olores de la primavera, de los sueños…. Y deberíamos ser capaces de soslayar aquello que oscurece la luz, aunque en ocasiones los árboles sean tan altos que no dejen pasar ni un humilde rayo de esperanza.