El lenguaje diplomático no sirve para ganar guerras sino para evitarlas. Al menos, la historia militar está protagonizada siempre por generales, a veces por algún cabo también, antes que por embajadores.

Para ello, para evitar guerras, la diplomacia se vale de gestos suaves y palabras poco comprometedoras. Así, se ha llegado a explicar que, si un diplomático dice sí, significa quizás, si dice quizás, significa no y si dice no, es que no es un diplomático.

Hugo Chávez no es un diplomático. Es un militar forjado en el clima del golpe de Estado, especialidad que él conoce bien tanto como autor de uno, como de víctima de otro. Pero gobierna un país con el que España pretende tener unas relaciones basadas en el mito de la existencia de una comunidad iberoamericana y, sobre todo, al que un importante grupo de empresas españolas venden bienes y servicios.

En el ya famoso episodio en el que Chávez hablaba de lo que más sabe, de golpes de Estado, creo que excepto la Presidenta de Chile que debió salir un momento al lavabo, cada cual estuvo en su papel.

Chávez, que no tiene buenos modales pero tampoco un pelo de tonto, estuvo en su línea. Rodríguez Zapatero también y el Rey de España tuvo una actuación clasificable junto a las del 23 de febrero y a las de su presencia eufórica en las Olimpiadas de Barcelona: ha conseguido, con una sola frase, un apoyo popular a la monarquía superior a las que puede obtener con cien mensajes navideños.

Y nos queda, para completar el análisis, el Ministro Moratinos. Su no intervención, ahora permite hacer diplomacia. Es decir, evitar que vaya más allá el conflicto.

Dado que Chávez no tiene que reprocharle que le mandara callar, ni que sea rey, Moratinos tiene todos los ingredientes para, ayudado con el efecto sedante del tiempo, tratar de calmar las aguas con los profesionales de la diplomacia venezolana, que, no duden ustedes, que los hay. Tiene, además, a su favor, que comprende, porque comparte, los temores de Chávez a que el embajador español de la época conocía del golpe de Estado que trató de echarle del poder.

A no ser, claro, que el Gobierno de España haya perdido la sensibilidad hacia la Comunidad Iberoamericana o hacia el negocio de las empresas españolas.

O a no ser, también, que el que haya perdido esa sensibilidad sea el propio Chávez, que ya hemos comentado que no tiene un pelo de tonto.