El resultado electoral fue tan ajustado que los líderes políticos ingleses pasaron los días posteriores a las elecciones empeñados en un ejercicio de interpretación intencional, en el que cada cual se ha esforzado en “arrimar el ascua a su sardina”. Lo que inicialmente tendió a desdibujar un poco el verdadero fondo de los resultados electorales, que muestran una ausencia de propuesta mayoritaria. El reparto relativamente equilibrado de los votos indica que los ingleses piensan que en estos momentos nadie está en condiciones de liderar por sí solo el momento presente y que, por lo tanto, con su reparto compensado de los votos reclamaban un gran acuerdo político entre diferentes partidos. Algo que, desde luego, se ha acabado materializando en un tiempo razonable en la coalición entre conservadores y liberal-demócratas, demostrando la capacidad de los políticos ingleses para la transacción y el acuerdo. Lo cual evita el deterioro de las instituciones y neutraliza los posibles costes económicos de la incertidumbre.
Ahora hay que esperar que los gobernantes ingleses sean capaces de entender adecuadamente la voz de las urnas y, al tiempo que acometen las reformas electorales necesarias para que en el futuro se pueda traducir mejor la voluntad popular, emprendan el camino inteligente de saber hacer virtud de la necesidad.
En cualquier caso, la experiencia británica demuestra que, en estos momentos, ni siquiera los sistemas electorales mayoritarios son capaces de garantizar la formación automática de gobiernos inequívocamente respaldados. El problema no está en los sistemas electorales, sino en la propia incapacidad de los grandes partidos, y sus líderes actuales, para hacer propuestas suficientemente integradoras y capaces de interpretar un amplio sentir popular. Por eso, los votantes reparten sus votos en una manera que parece reclamar indirectamente lo que los líderes no son capaces de hacer o de interpretar por sí solos: es decir, un amplio entendimiento.
En situaciones como estas, al final es factible, incluso, que el entendimiento se acabe produciendo –o recanalizando– entre los partidos que mejor saben interpretar tales sentimientos populares, y no necesariamente entre los que tienen más votos –relativos– en las urnas. Es harto probable que el caso inglés no sea una excepción, y que en un futuro nos encontremos con situaciones similares, tal como apuntan las últimas elecciones en Renania, que han tenido el efecto de dejar a la Señora Merkel también un poco “colgada” en el Parlamento alemán.