En 1989, la derecha española diseñó una estrategia puramente electoral de aglutinar en unas mismas siglas a todo el espectro ideológico conservador: desde el liberalismo, a los neoconservadores, a los católicos moderados, a los ultracatólicos, llegando hasta la extrema derecha, y arrasando con todo nacionalismo localista de derechas que surgía en las diferentes comunidades autónomas (salvo el País Vasco y Catalunya, donde el PP no tiene presencia fuerte). Este ha sido, por ejemplo, el caso del PP valenciano. Es un partido españolista, regionalista, autonomista, católico, tradicionalista, pero sobre todo, valencianista. El éxito del PP ha sido que electoralmente han mantenido un voto unido en torno a un único partido. Pero, cuando el poder se pierde, surgen las grietas y los socavones de todo tipo: intereses partidistas, personales, económicos e ideológicos. El PP nunca ha sido ideológicamente homogéneo ni indivisible.

Mariano Rajoy fue ministro de todo lo habido y por haber, aunque casi ningún español lo recuerde pues tenía la habilidad de ser “gris y discreto”. ¿Quién lo recuerda como Ministro de Administraciones Públicas, Ministro de Interior, de Educación y Cultura, de Presidencia, o Vicepresidente primero? Ha sido juez y parte, cómplice de las decisiones y acciones de los gobiernos de José María Aznar.

Fue nombrado a “dedo” por el “gurú e ideólogo” del PP, para que conservara las esencias hasta un mejor momento. Pero la lucha por la sucesión llegó desde el mismo momento que lo nombraron. A Rajoy no han parado de crecerle los enanos: Aznar ya no le tiene confianza; el sector más conservador le recrimina su indefinición; los medios de comunicación de su corte lo cuestionan abiertamente; y presidentes autonómicos intentan disputarle su autoridad y falso liderazgo, como en el caso de Doña Esperanza.

Es un líder de pies de barro. Todos sabemos que no es un líder de futuro, sino que es el comodín para mantener las fuerzas vivas disputándose soterradamente el poder del partido. Su obligación de cara a los españoles, a la democracia representativa y a sus propios votantes y militantes, sería destapar y descubrir todo lo que existe de sucio y oscuro en el PP. Cuando un partido como el PP gobierna de forma absoluta, con la soberbia de creerse omnipotente, surgen aprovechados e indeseables a la sombra del poder con el fin de enriquecerse, corromper y manipular las instituciones.

Eso ha ocurrido en el PP. Y mucho más. ¿O acaso podemos mirar hacia otro lado?

Recién elegido Rajoy se hablaban de futuros sucesores. Entre ellos, dos nombres surgían con fuerza: Esperanza Aguirre y Francisco Camps.

Esperanza es el ala derecha, más dura y conservadora, próxima al clan de Aznar, y hecha de puro hierro oxidado tanto en su ideología como en su moral. Pero está tocada: su forma de llegar a la Presidencia de Madrid, sus torpedos dirigidos a Rajoy y la nueva dirección del PP, la corruptela dentro de su gobierno y colaterales, o los espías que espían a su propio gobierno.

Francisco Camps surgió como el barón valenciano que apoyó y salvó a Rajoy en el congreso. Al cual le debe Rajoy su supervivencia orgánica a cambio de tragar con lo infumable e indecente como Fabra, Trillo, Orange Market, Álvaro Pérez, y una gestión plagada de despilfarros, sobrecostes y mala gestión social. Pero Camps está en un aprieto: un aprieto judicial que lo ha apartado, no sólo de la carrera nacional, sino también de su propia autonomía. En la Comunidad Valenciana, ya se habla de sus posibles sucesores y de para cuándo el relevo de un Camps que engañó a todo el mundo, fingiendo no sólo sobre su personalidad, su gestión, sino también sobre sus peligrosas amistades.

El caso Gürtel no es sólo un caso de posible corrupción, financiación, cohecho o malversación de fondos. Ha significado también la caída de las caretas de los hipócritas. Y eso, a los votantes les duele mucho más.

El PP necesita abrirse como un melón: reventar y limpiar la suciedad que se ha creado internamente al calor del poder nacional o autonómico. Su problema no es únicamente de liderazgo, sino también de transparencia, de honestidad y de limpieza democrática. Y que cada cual pague política y judicialmente lo que tenga que pagar.

A Rajoy le han tendido una trampa, pero no debe mirar fuera, ni matar a los mensajeros, ni perseguir a jueces, o renegar de la prensa. La trampa la tiene dentro. Y la pregunta que muchos nos hacemos es: ¿cuánto sabía Rajoy de todo esto?