Este autor ha destacado en reiteradas publicaciones el profundo malestar que en las sociedades denominadas poscomunistas existe con respecto al procedimiento seguido en sus transiciones a la democracia, tanto en lo político como en lo económico. Esta realidad se impone cada vez con más intensidad. El último episodio, con todos sus matices que se quiera, se ha producido en un nombre exótico en un lugar lejano. Sin embargo, cuando las barbas de tu vecino veas cortar, pon las tuyas a remojar. Los datos más recientes, en abril, y referidos a estados que en el día de hoy forman parte de la unión europea. La encuesta efectuada por la fundación Pew indica como un 72% de los húngaros opinan que económicamente viven ahora peor que durante el régimen comunista. O viceversa, vivían mejor bajo el régimen comunista. Un 72%. Y Hungría es la punta del iceberg de la crisis que se vive en estos países. En el clásico dilema entre cañones o mantequilla, fue esta última la que terminó con los regímenes comunistas. Estas sociedades optaron por la esperanza del desarrollo económico y del estilo de vida que ofrecía los países capitalistas. Sin embargo el procedimiento precipitado y en muchas ocasiones oportunista mediante el que se instauraron regímenes democráticos es algo que condicionaría de forma sustantiva el futuro. En gran parte, la preocupación y la urgencia inicial estaba claramente más orientada a desalojar del estado y de la economía al Partido Comunista que a otras cosas. Poca atención o interés se prestó a la calidad con que se construía las instituciones democráticas. Y sin mucho examen se las dio por válidas. Las consecuencias evidentes se hacen sentir en estos 20 años, con sociedades cada vez más insatisfechas con el funcionamiento de la democracia en su país y especialmente con la situación económica.
Pongamos un paralelismo para ubicar en un contexto conocido estas transiciones. El régimen franquista durante 40 años ocupó la política y la economía, practicando el oligopolio y el monopolio así como el corporativismo y el amiguismo como estilo de gestión económica y social. Para la década de los 80 no muchos españoles recordaban como se habían construido las riquezas y las fortunas en España. De hecho los procesos de privatización ya en democracia no ocasionaron excesiva alarma. Claramente la distinción entre estado y sociedad se encontraba detrás de ese distanciamiento de los españoles respecto los expolios y abusos económicos ocasionados por el franquismo. Solamente algunos políticos, como Francisco Fernández Ordoñez, se preocupó por dos ocasiones (primero desde UCD y después desde el PSOE) de impulsar la ley de sucesiones y donaciones. Tenia en mente la necesidad de reducir el impacto que el régimen franquista tendría en el futuro de la sociedad española, con fortunas adquiridas en condiciones de mercado no democráticas.
Algo semejante ha sucedido en la mayoría de los países de régimen comunista si bien con dos matices importantes. Primero el enriquecimiento gracias a las posiciones de poder dentro del estado se ha efectuado en un periodo muy corto de tiempo y con una elevada visibilidad. Segundo la ideología comunista posiblemente tenga un efecto cognitivo por resolver, una vez que el mito del capitalismo resultó ser una estafa. Las sociedades poscomunistas tiene muy claro como se ha generado las profundas desigualdades y el tremendo empobrecimiento de amplias capas de la sociedad. Y responsabilizan en parte de ello a los demás estados desarrollados de la UE. Es por ello que la expectativa a corto y medio plazo no es especialmente pacífica en estas sociedades. Existe una sensación de promesas incumplidas y de ilusiones rotas que permean con diferente intensidad estas sociedades. La forma que adopte las protestas sociales podrán ser muy variadas y más o menos graves; contra las instituciones del estado o contra grupos sociales. Lo interesante serán las respuestas. Ya sabemos que la historia se repite, y en que forma se repite. ¿Qué pasará cuando estados integrados (más como mercado de potenciales consumidores y mano de obra barata que como ciudadanos) en la UE y teóricamente democráticos (hablemos de Bulgaria, o Rumania) se encuentren con un sucedáneo de la primavera de Praga o una nueva plaza de Tiananmen?. Y ya no enfrentadas a un comunismo opresor sino a un capitalismo empobrecedor.