Permítanme que esta semana, resuma y recoja ideas del informe que hemos elaborado en el Consell Valencià de Cultura, alertando de la situación de la violencia contra las mujeres.
Hay problemas que parecen no terminar nunca. Uno de ellos es la violencia contra la mujer. Fundamentalmente, porque es un problema cultural, que afecta a los cimientos de construcción de nuestras sociedades, y que sólo se puede eliminar de raíz, modificando la concepción y el rol que, durante siglos de pensamientos y acciones, han condenado a la mujer a un papel secundario.
No tenemos un concepto radical de igualdad asentado con tanta firmeza que sea incuestionable. Por eso, al mínimo soplo de viento que dificulta la lucha por los derechos, se retrocede en los logros conseguidos. La crisis económica está perjudicando seriamente a la mujer por varias razones: una, por lo más obvio y evidente, porque se producen recortes en los presupuestos, institutos, asociaciones y medidas que han de seguir adelante contra la violencia de género; dos, porque la mujer tiene más miedo a separarse y enfrentarse sola a una independencia económica sin ayudas ni trabajo y hacerse cargo de los hijos, cuando en muchos casos, la situación económica familiar es de por sí muy difícil; tres, porque se extiende como el aceite la permisividad social de que, en tiempos de crisis, no estamos para ciertas preocupaciones, porque lo fundamental es el empleo, sin ser conscientes (porque aún no lo hemos aprendido) que la violencia contra la mujer es un atentado sin discusión ni paliativos.
Y eso, que los medios de comunicación han ayudado muchísimo durante estos años para visibilizar el problema, para no permitir sarcasmos ni dudas, y para que se siga siendo firme en la denuncia contra la violencia.
Pero hoy, descubrimos con estupor que nuestra generación es más consciente de los derechos de igualdad y de lo que supone la discriminación de la mujer que los jóvenes adolescentes que han bajado la guardia, en la mayoría de los casos, porque no saben el significado de la discriminación, no reconocen actos violentos, y porque no perciben problemas nuevos como el ciberacoso. Existe así pues un alarmante retroceso en las conquistas sociales conseguidas en las últimas décadas y en las actitudes y comportamientos de los jóvenes adolescentes.
La violencia de género sigue siendo una asignatura pendiente. Pese al optimismo de aquellos que afirmaban que el siglo XXI tendría rostro de mujer y que en él se alcanzaría la igualdad plena, lamentablemente los datos nos demuestran que los valores dominantes del patriarcado, el absurdo mantenimiento de una desigualdad injustificable y el silencio cómplice ante la violencia de género se mantienen e incluso proliferan en toda suerte de etnias, sociedades y territorios, convirtiendo las agresiones en una asignatura pendiente.
Las mujeres del Medio Oriente o África que viven encerradas en sus burkas, que son secuestradas y utilizadas como objetos sexuales o en el curso de negociaciones político-religiosas, como las atrocidades cometidas por Boko Haram, las ablaciones rituales, las muertes por lapidación, o las “desaparecidas” en México o Guatemala, son algunos de los miles de casos.
Una de cada tres personas de sexo femenino, es decir, una de cada seis habitantes del planeta, sufre violencia de género. 133 millones han sufrido algún tipo de mutilación genital; una de cada 10 niñas ha sido sometida a coitos forzados. El caso de los matrimonios de niñas merece una mención especial. Más de 700 millones de mujeres se casaron siendo menores; un tercio, aproximadamente 250 millones, lo hicieron con menos de 15 años. Esas niñas son obligadas al matrimonio mediante acuerdos o negociaciones entre adultos, sin ningún respeto a los Derechos de la Infancia, consagrados en la Declaración de Ginebra sobre los Derechos del Niño de 1924, y la Convención sobre los Derechos del Niño de 1989.
La violencia contra la mujer se ejerce tanto fuera del matrimonio como dentro. La mitad de las asesinadas en el mundo en 2012 lo fueron a manos de sus maridos.
No pensemos que este es un fenómeno exclusivo de otros países o de países menos desarrollados. Los estudios realizados por el CIS en el Estado español ponen de manifiesto que cada año más de 600.000 mujeres sufren maltrato, y más de 2 millones han sido víctimas de violencia de género alguna vez a lo largo de su vida.
Hablamos de una violencia cotidiana, que se produce todos los días y en todas partes, y que afecta por igual a mujeres de diferentes edades, etnias, procedencias, clases sociales, nivel de estudios… Eso nos permite afirmar que: la lucha contra la violencia de género sigue siendo la lucha por la igualdad esencial entre hombres y mujeres, como bien señala Miguel Lorente, exdelegado del Gobierno de España para la violencia de género y una de las personas con mayor conocimiento sobre el problema: «Hay que trabajar en la causa de la violencia, que son los hombres maltratadores. Con educación, para romper estereotipos y esa construcción cultural que les impele a actuar para preservar lo que ellos consideran que debe ser la conducta femenina. Debemos inculcar que la mujer no es una cosa y que tiene los mismos derechos».
El trágico balance de 59 mujeres asesinadas y 5 niños y niñas, entre 19 meses y 9 años, asesinados/as junto a sus madres en 2014, ha estado marcado por el alarmante aumento, en un breve espacio de tiempo, de agresiones sexuales, vejaciones verbales y asesinatos de mujeres en todo el Estado español. La muy escasa reacción de los poderes públicos, así como el clamoroso silencio de una parte importante de la sociedad, confirman que las relaciones entre hombres y mujeres siguen construyéndose sobre unas bases patriarcales, que continúan apuntalando la desigualdad y la discriminación machista. Eso explica la transversalidad del problema.
Es en este contexto de desigualdad y discriminación patriarcal donde se enmarcan todo tipo de agresiones contra las mujeres. Sólo una sociedad fundamentada y asentada en la igualdad real impediría que la crisis económica pudiera servir de pretexto o justificación a los malos tratos.
Las declaraciones y los comportamientos claramente atentatorios y denigrantes hacia la mujer que difunden algunos personajes y algunos medios, así como la utilización abusiva del cuerpo femenino como mero objeto de uso y placer son factores de simplificación y embrutecimiento de la sensibilidad colectiva, que pueden promover y suscitar la desigualdad, el machismo y la violencia sexista.
Se cumplen diez años de la Ley Orgánica 1/2004, de 28 de diciembre, de Medidas de Protección Integral contra la Violencia de Género, una ley que supone una potente herramienta que situó a España entre los países más avanzados y comprometidos con la lucha contra la violencia de género. Pero una ley no funciona si no se ponen todos los medios y presupuestos para hacerla posible y permitir su máximo desarrollo.
En esta década ha habido más de 700 mujeres asesinadas. Quienes trabajan en la judicatura o en la Administración alertan de que la sociedad no termina de tomar conciencia del problema. Es más, estos últimos años se ha producido una “normalización del fenómeno” y una “consolidación de ciertos comportamientos machistas”, a los que hay que sumar el modo en que la crisis económica afecta a la situación de vulnerabilidad y a la falta de independencia de muchas mujeres. La abogada Susana Martínez, presidenta de la Comisión de Estudio de Malos Tratos a Mujeres, señala que eso es así “no sólo porque muchas mujeres sufren una fuerte dependencia económica y tienen más dificultades para salir del maltrato en el que viven, sino también porque hay menos medios para atenderlas”.
Efectivamente, la crisis económica y los recortes presupuestarios han afectado también a la lucha contra la violencia de género. El Gobierno ha recortado paulatinamente el presupuesto dedicado a este asunto, a lo que hay que sumar la reducción de las partidas destinadas por las Comunidades Autónomas en programas especializados, como la disminución en un 50% de las subvenciones destinadas a organizaciones especializadas y al Instituto de la Mujer.
Otra de las medidas que se ha visto reducida son las campañas publicitarias. Desde el Ministerio se plantean de nuevo su puesta en marcha, y más cuando, según el sondeo realizado por el propio Ministerio, el 60% de la población conoce la existencia de una ley específica de violencia de género, y el 70% sabe que el teléfono 016 no deja huella en la factura. Pero aún queda un amplio grupo de población que desconoce los medios a su alcance.
Por otra parte, las denuncias han caído algo más de un 9% en los últimos años. Según los expertos, ese dato no indica que se hayan reducido los malos tratos, sino que se denuncia menos. Así lo indica la primera estadística europea que advierte que sólo una de cada tres mujeres asesinadas había denunciado. El Instituto Nacional de Estadística realizó una valoración de los datos del año 2013, en el que hubo 54 mujeres asesinadas, dos más que el año anterior, 2012. (Ya sabemos que en 2014 se produjeron 59 víctimas.) Sólo 11 de las víctimas mortales (el 20,4% del total) habían denunciado a su agresor.
Necesitamos una educación, Educación para la Ciudadanía, que propicie un cambio cultural en la imagen de la mujer, ha de realizarse de forma global, con todos los medios a nuestro alcance, desde la enseñanza en los colegios a los medios de comunicación e incluso apelando a las distintas comunidades religiosas y al compromiso ético de sus líderes contra la violencia de género.
Hay que erradicar la raíz cultural que sustenta la primacía del machismo y el patriarcado como pilares caducos y anticuados de construcción social. Es evidente que conseguir la efectiva igualdad entre hombres y mujeres supone la modificación y la superación de los patrones culturales de otros tiempos. Una sociedad avanzada requiere la colaboración de todos sus miembros, y no puede sustentarse en el dominio abusivo de unos sobre otros.