En la práctica, esto no se ha traducido todavía en un aumento de las inversiones públicas directas por parte de la Unión como se había acordado en el Consejo Europeo de junio de 2012, y la reducción del nuevo presupuesto plurianual para el próximo septenio nada bueno augura. A cambio, los halcones alemanes no han logrado imponer su ortodoxia en la política monetaria, la cual en manos del Banco Central Europeo ha sido expansiva en cuanto a la sostenida rebaja de los tipos de interés (hasta llegar al inédito 0,25 por ciento) y activista en lo relativo al apoyo de las deudas públicas soberanas de los países periféricos de la zona euro.

En cuanto a la composición del gabinete alemán, hay incorporaciones interesantes como la de Sigmar Gabriel, el presidente del SPD, en economía y energía, además de la vicecancillería, y Frank Walter Steinmeier en la cartera de asuntos exteriores, posiciones desde las que podrán influir en la nueva política europea alemana, sin olvidar que el crucial ministro de finanzas (hacienda) sigue siendo el ortodoxo democristiano aunque europeísta, Wolfgang Schäuble.

Aunque todo apunta a que la orientación de la política hacia la Unión Europea seguirá dominada fundamentalmente por el tándem Merkel-Schäuble, Gabriel y Steinmeier como vicecanciller y ministro de exteriores tendrán la posibilidad de influir y matizar las posiciones más intransigentes, lo que no era posible con la anterior coalición entre democristianos y liberales del FDP. Lo que sí es preocupante es que en el programa de Gobierno que han pactado los partidos de la gran coalición alemana solamente destacan medidas de carácter doméstico, importantes sí, como la introducción del salario mínimo, y sin embargo apenas nada se sabe por los medios de comunicación sobre qué propuestas se han consensuado para Europa, más allá de una no detallada reforma de los tratados, aunque sí queda claro que de mutualización de deuda pública a través de la emisión conjunta de títulos (los llamados eurobonos) nada, al menos hasta que se pongan los cimientos de la elusiva unión política. El debate europeo se encuentra en cierto modo atascado, de ahí lo trabajoso que está resultando el acuerdo sobre la unión bancaria, entre una Francia y satélites mediterráneos que consideran urgente completar la unión económica para solidificar la estabilidad financiera de la zona euro e impulsar el crecimiento, una Alemania y satélites nórdicos que creen que la unión política debe preceder a la puesta en común de impuestos, presupuestos y deuda pública. Ambas posiciones tienen sentido: la polémica franco-alemana puede caracterizarse también como un dilema entre lo urgente y lo importante, no exento de cierto cálculo; cada uno propone dejar para más adelante aquello que le gusta menos: en el caso alemán los eurobonos, en el caso francés una unión política que no se acaba de definir y a la que buena parte de la opinión pública francesa, contaminada del tradicional soberanismo gaullista, cuando no del pujante ultraderechista Frente Nacional, pudiera ser refractaria. Serán las elecciones europeas, sobre todo si hay un cambio de mayoría en el Parlamento, hoy escorado hacia el centro-derecha, las que quizás sirvan de catalizador para apretar el acelerador de la construcción europea, tanto en lo económico como en lo político, pues en puridad pueden y deber ir en paralelo. El Partido Socialista Europeo aspira a colocar al socialdemócrata alemán Martin Schulz, hoy Presidente del Parlamento Europeo, a la cabeza de la Comisión Europea, lo que se espera que contribuya también a dar un giro a la política económica de la Unión Europea. Que el SPD sea el socio de la CDU en el Gobierno de Alemania supondría, por otro lado, el respaldo de Angela Merkel a su candidatura, si los resultados electorales la hacen viable.