Según los resultados, el 43,09% de los europeos acudió a las urnas, 0,12 puntos más que en las elecciones de 2009. En Francia y Alemania —los dos países más poblados de la Unión Europea— la participación aumentó en casi cinco y tres puntos respectivamente.
Este cambio es especialmente significativo en unas elecciones en las que los aspirantes a la presidencia del Ejecutivo europeo hacían campaña electoral. Sin embargo, la participación sigue siendo sustancialmente inferior a la de otros procesos electorales. Por ejemplo, las últimas elecciones presidenciales estadounidenses se saldaron en 2012 con la participación del 57,5% del electorado y, hace unas semanas, el 66,4% de los casi 800 millones de los electores de India acudieron a las urnas por fases en el considerado mayor proceso electoral de la historia.
En la nueva composición del Parlamento Europeo predominan las fuerzas progresistas. Tras haber dominado el Partido Popular Europeo con claridad las instituciones en la última década y media, la Gran Recesión y la aplicación de políticas anti populares les ha hecho mella, perdiendo 53 escaños.
Pero lo verdaderamente alarmante, es el ascenso de la ultraderecha europea racista y xenófoba. En Francia, como primera fuerza política, el Frente Nacional se convierte en el referente de estos grupos. Se extienden de forma amplia de Norte a Sur (en Dinamarca y Finlandia, pero también en Grecia e Italia) y de Este a Oeste (Hungría, Alemania, Reino Unido), lamentablemente, estos populismos confirmaron en las urnas la fuerte subida que les daban los sondeos, y complicarán la gobernabilidad del proyecto europeo. Y puede que también la de los países donde obtienen mejores resultados. En especial, en Francia, cuna de los valores de la libertad, igualdad y fraternidad.
Los dos grandes partidos españoles, que han gobernado el país ininterrumpidamente desde 1977 —el PP reivindica la herencia de UCD— obtuvieron el peor resultado de la historia democrática. Se quedaron ligerísimamente por debajo del 50%. Perdieron más de cinco millones de votos y 30 puntos sobre las elecciones europeas de 2009, en las que lograron el 80% de los votos.
La situación no es similar a la de otros países europeos donde ha habido un vuelco más amplio, porque en España el tercer partido, IU, quedó muy lejos del segundo, el PSOE. Pero el golpe al bipartidismo es mayor de lo esperado por las grandes formaciones, y tampoco fue augurado por las encuestas. Ninguna les daba por debajo del 65%. La entrada en liza de Podemos, la gran revelación de las elecciones -con cinco escaños-, y cuarta fuerza política, con solo uno por debajo de Izquierda Unida, es un claro mensaje contra los tres grandes partidos nacionales.
Lo sorprendente es la satisfacción del PP, pese a su desplome —2,6 millones de votos menos, 16 puntos de caída y 8 escaños perdidos— que cree haber ganado su particular batalla con los socialistas después de dos años y medio de durísimos recortes.
El PSOE obtuvo un mal resultado —2,5 millones de votos menos, 15,7 puntos de caída y 9 escaños perdidos—, similar al del PP, debido a la división de la izquierda y al ascenso fulgurante de Podemos.
Los resultados sitúan a los dos partidos ante la necesidad de una profunda reflexión, sobre lo que desde hace años se ve venir, una creciente desafección ciudadana hacia las instituciones y las formaciones políticas consolidadas desde la Transición española.
Pero la disposición del PP a este respecto es ninguna: “El único objetivo era ganar y lo hemos logrado”, resumían en la cúpula del PP. Cospedal exhibió esta satisfacción y dijo que su Partido estaba “satisfecho”, sin poner ningún “pero” ante el mal resultado de su formación. Por el contrario, Elena Valenciano, la candidata socialista, admitió que era “un mal resultado, duro y difícil”. Actitud que la honra. Y sin más dilaciones, el PSOE ha convocado un Congreso Extraordinario para el próximo mes de julio, anunciando Alfredo Pérez Rubalcaba su dimisión como Secretario General y su voluntad de no concurrir a elecciones primarias.
Si el PP no se da por enterado, que es lo que parece y, el PSOE hace lo que debe hacer —definir y concretar un programa de actuación acorde a los principios de la socialdemocracia, dando cabida a liderazgos colectivos que promuevan recuperar el pulso ciudadano desde la identificación de los verdaderos problemas que afectan a los españoles—, habrá una esperanza para recuperar la credibilidad perdida. Y de nuevo, quedará explicitado que no todos los partidos son lo mismo. Ese es el reto y nuestro deber.