Aunque las hormigas constituyan una compleja, eficaz y jerarquizada sociedad que podría suscitar reflexiones de filosofía política, no quiero, en absoluto, pisar este ámbito para compararlas. Sólo deseo transmitir una hipótesis que, recientemente, leí de un autor americano, Clifford D. Simack. En su ya antiguo y clásico libro de ciencia ficción, City (1952), cuenta la historia de un humano, un ser mutante, a quién se le ocurre una curiosa idea. Maravillado por las genialidades de las hormigas, también se extraña, de que, pese a la sociedad tan positiva que practican desde hace tanto tiempo, no consigan progresar en su desarrollo. Imagina que ello se debe a su periódica paralización por el frío, al llegar el invierno. Entonces entran en hibernación y esto les borra la memoria, con lo cual tienen que volver a empezarlo todo, cuando pueden recuperar, con el calor, su actividad. Para verificar su hipótesis les ofrece un hormiguero con calefacción y, maravilla de las maravillas, progresan intelectual y tecnológicamente hasta fabricar instrumentos, carritos, ¡incluso robots!…

La certeza biológica de tal idea en absoluto puede demostrarse, estamos muy lejos de ello. Pero lo que aquí me interesa es la pausa en el progreso de una sociedad que puede producir un periodo de hibernación mental, un verdadero corte. De ahí mi comparación con la política.

Desde hace dos décadas vivimos en política, con una obsesión recurrente: la Renovación. Seguramente porque estimamos que quienes se mantienen varios años en los puestos de responsabilidad se ven inducidos a la rutina y a la hibernación. Y con ello surge la solución imparable: apartarlos y sustituirlos. Se llega hasta a estimar que perder una elección basta para merecer el reemplazo; en unas horas, las que dura un escrutinio, habrían envejecido demasiado. Es desde luego una práctica actual y basta con mirar las pantallas de la televisión para cerciorarse del rejuvenecimiento continuo, inagotable, de nuestros representantes políticos. No es, desde luego, algo en absoluto desdeñable, ya que demuestra que, a pesar de su descrédito, la política tiene porvenir. Pero recordando el renacer de las hormigas de C. Simak, después de su hibernación, nos entran muchas dudas. En su novela, esto no supone ningún progreso para las hormigas y la interrupción, sufrida por el frío, corta cualquier posibilidad de avance, al romper la aportación de la memoria, es decir de la experiencia. La continuidad sería el motor del progreso. ¿Cabría admitir que en política, al renovar con breve periodicidad nuestros dirigentes, estableciéramos, así, una ruptura equivalente que nos obligase a volver a empezar, es decir, a imaginarlo todo de nuevo, sin conseguir consecuentemente avanzar? ¿No estaríamos así impidiendo que se unan la experiencia y la competencia, ya que alguna debían haber tenido los dirigentes pasados, puesto que se les había escogido? Sin ninguna ironía, se puede afirmar que la política es actualmente el oficio donde más se rebaja, y de manera continua, la edad de la jubilación.

Suele ser frecuente oír comentarios sobre “la falta de experiencia” de los nuevos protagonistas políticos. Si bien se aplaude el proceso de renovación, a los pocos meses, los nuevos dirigentes son tildados de bisoños. La continuidad en política se considera como un defecto que cabe subsanar con nuevas iniciativas que la mayoría de las veces periclitan antes de llegar a precisarse. El marketing impera en nuestras sociedades y, en política tanto como en la industria del automóvil, por dar un ejemplo, cambiamos las carrocerías cada tres años para ser más atractivos. Aunque nuestros coches funcionen con el más que centenario motor de explosión alimentado con petróleo. Nuestra vida política no sólo conoce las interrupciones de las hibernaciones del hormiguero, sino que acorta su periodicidad. ¿En qué limites estimaremos prudente pararnos?

En el relato de C.Simack las hormigas necesitaban únicamente calor para avanzar en su inteligencia social. Al suprimir la hibernación, es decir la interrupción en la evolución de su inteligencia, se daba paso al progreso merced a la confluencia de la memoria, o experiencia salvaguardada, y del amanecer de nuevas generaciones. El renacer después del invierno sólo les permitía seguir como antes.

¿Acaso cabría concluir que, en política, el progreso se puede conseguir con sólo recalentar el hormiguero y no en reemprender el camino precipitadamente, repetidamente, partiendo siempre de cero, ciertamente con más juventud, pero con menos memoria, o, lo que es igual, con mínima experiencia?