Para empezar, impresionó la enorme cantidad de personas que pregonaron sus más que cabales reclamaciones en la manifestación final del sábado y, anteriormente, en las múltiples marchas que recorrieron durante semanas las carreteras españolas. La guerra de las cifras es agotadora, por lo que me abstengo de participar en ella, pero sin duda fueron varios “cientos de miles” los que allí se dieron cita, según calculó algún medio. ¡Quién lo sabe! De lo que puedo dar fe, es que fue una de las más grandes que han recorrido la capital en los últimos años.

El “perfil” de la mayoría de los asistentes es otra de las características que, a mi modo de ver, la hicieron muy distinta. Se trataba en su mayoría de gente llana, sencilla, humilde. Los que caminaban eran trabajadores y sus familias y, en general, mostraban una apariencia de llevar una existencia difícil y carente de aquéllas cosas que son necesarias para vivir con dignidad: una buena alimentación, una casa, un vestido adecuado… No dudo que quien denominó de esa manera a este movimiento reconociera en los potenciales participantes esos mismos déficits que se señalan. Impresionante, en fin, fue el aspecto y la actitud de muchos de los que desfilaban, y espeluznante me pareció el clamor del grito “trabajar” con que contestaban a quienes encabezaban las marchas cuando les preguntaban, megáfono en mano, “¿Qué queréis?”.

Y la cuestión postrera que quizás debiera servir de reflexión a muchos que han escogido “el servicio público” como actividad principal de sus vidas: ¿qué puede significar que una manifestación que reunió a esta enorme cantidad de personas, con un perfil medio como el descrito más arriba y que reclamaba lo que allí se hacía, sea el resultado de una convocatoria hecha de facto al margen de la mayoría de los partidos políticos y de las organizaciones sindicales “tradicionales”? Evidente: refleja sin paliativos el enorme malestar de una gran parte de la sociedad, y en especial de las clases más desfavorecidas, con el sistema político y con quienes, organizaciones y personas, lo vertebran y le dan sentido.

Sobre los medios de comunicación, ¿qué decir que ya no se haya dicho? El abismo que les separa de la gente queda en evidencia en el seguimiento informativo que de este acontecimiento dieron la mayor parte de ellos. El mismo, en general, se puede resumir en el interés por resaltar casi en exclusiva la rechazable violencia de algunos para tapar, de esta manera, los motivos y la magnitud del fenómeno, criminalizando a la mayoría de los asistentes y sus justas demandas. La desinformación está servida. Y el papel que cumple la mayoría de ellos actualmente en el sostenimiento de un sistema injusto que castiga a los más débiles y protege a los poderosos, queda por desgracia, plenamente demostrado en este caso.

José Manuel Díaz Olalla