Como ya he dicho en anteriores ocasiones, lo que tenemos ante nosotros es una desaceleración del crecimiento y no una recesión, que sí parece que se va a dar en Estados Unidos, pero no en la Unión Europea, ni tampoco en España. No obstante, sabemos que una desaceleración del crecimiento, en este tipo de economía, supone un aumento del paro y un empeoramiento de las condiciones de trabajo para muchos empleados de nuestro país. El número de damnificados puede ser muy grande, y las oportunidades para buscar empleo para los que año tras año se incorporan al mercado laboral disminuyen, al tiempo que cerrarán empresas, sobre todo medias y pequeñas. Desde esta perspectiva sí se puede hablar de crisis, no porque se produzca un decrecimiento, sino porque el bienestar material de los sectores más vulnerables de la población se va a encontrar disminuido, y porque se va producir una disminución de las oportunidades para los jóvenes y mujeres, principalmente. Los inmigrantes van a ser bastante perjudicados, y ya lo están siendo, ante lo cual el candidato a la presidencia lo que plantea en su discurso es una forma de facilitarles la vuelta a sus países de origen y así quitarnos de encima este problema. No sé qué eficacia tendrá esta propuesta, pero me temo que va a tener, de momento, efectos limitados.
En todo caso, lo que la situación está poniendo de manifiesto es que nos encontramos ante una crisis de un modelo de crecimiento en el ha desempeñado un papel de excesiva importancia el sector de la construcción. Hace tiempo que se venía venir una disminución en el proceso de crecimiento de este sector, y aún sin la desaceleración global, lo que estaba claro es que no se podía seguir con el ritmo de construcción de viviendas y edificios empresariales que se ha venido produciendo en los últimos años… además de la burbuja especulativa que se estaba dando en este sector, y que es inherente al funcionamiento de la actividad inmobiliaria que desde hace mucho tiempo se da en nuestro país. Una actividad la de la construcción que ha generado beneficios rápidos y fáciles para los promotores y constructores, a costa del sufrido ciudadano. Por tanto, si a esto se añade la desaceleración general que se está produciendo a escala mundial, el sector de la construcción se encuentra doblemente afectado.
Por si fuera poco, se da la paradoja de que al tiempo que se levantan tantas construcciones, de manera que el paisaje español, vayas por donde vayas, es un conjunto de grúas, uno de los problemas principales es lograr una vivienda digna para los sectores económicos menos favorecidos, y para los jóvenes. Todo ello no es sino una muestra más del desarrollo desigual que se está dando en nuestro país, y que tiene aquí un claro reflejo de lo que decimos, pero que también se está produciendo en la distribución de la renta, en el trabajo precario existente, en los bajos salarios que padecen capas determinadas de la población, básicamente inmigrantes, pero que afecta también a los más jóvenes. A su vez, se ha dado una pérdida global de la capacidad adquisitiva de los salarios.
Estas tendencias, que ya se venían dando en periodos anteriores, han quedado ocultas por el reciente crecimiento económico, pero una vez desaparecido éste -no sabemos por cuanto tiempo- las miserias aparecen con mayor intensidad. Ante estos hechos, hay que señalar que si bien en el discurso del ya investido presidente se aportan medidas positivas, sin embargo resultan en su conjunto un tanto decepcionantes, pues se pretende actuar sobre algunos de los efectos peores de la crisis, pero no sobre todos ellos, y desde luego no se actúa sobre las causas. No estamos ante un discurso socialdemócrata, sino ante una propuesta social-liberal que trata de poner tiritas ante grandes heridas. Un discurso económico que sigue siendo excesivamente convencional, y que en momentos de coyuntura alcista puede conformar a muchos, pero que en momentos vacas flacas no sirve para hacer una política progresista.