Desde luego, si todos los españoles pudieran contar experiencias similares a las que yo he padecido y visto con mis propios ojos sería para echarse a llorar. En la zona donde resido, en un municipio de los alrededores de Madrid gobernado por el PP, nos quedamos literalmente bloqueados por la nieve. El lunes por la mañana mi hijo llamó al Ayuntamiento, donde le dijeron que “la” (sic) quitanieves estaba ocupada sacando a un autobús de la nieve y que ya se “pasarían” por la tarde para limpiar un poco las vías y echar sal. Avanzada la tarde, mi mujer llamó de nuevo y sólo pudo encontrar a un policía municipal que le explicó que en la “empresa privada con la que tenían contratado el servicio no respondían ni siquiera al teléfono”. El problema es que el lunes por la mañana se podía circular malamente con cadenas. Pero por la tarde-noche la nieve se había convertido en placas de hielo y todo era más difícil. A lo largo del martes la lluvia fue despejando la nieve, sin que hiciera acto de presencia ni una máquina quitanieve. ¡Es decir, todo un paradigma político de proceder! Y no digo lo mismo que Pedro Castro sobre el voto porque no quiero meterme en líos.

Aun así, peor ha sido mi experiencia en Barajas. El avión en el que llegaba en la mañana del lunes desde el otro lado del Atlántico fue de los pocos que pudo aterrizar gracias a sus sistemas automáticos y a la pericia del piloto. Desde los ventanucos del avión vi muchas máquinas quitanieve, ¡todas paradas entre las 10.30h y las 11.00h.! que fue el tiempo que tardó en rodar el avión por unas pistas insuficientemente limpias. Por ello no sé si las quitanieves que se veían eran las más apropiadas para el trabajo que allí había que hacer. Pero lo peor vino después. No había ningún finger previsto para nuestro avión, de forma que nos dejaron en mitad de una pista y tuvimos que descender por una escalera ¡plagada de nieve! Eran ya más de las 11.00h y me costaba que desde las 10.30h, al menos, no nevaba.

Al pie de la larga escalera (era un Jumbo) varios operarios con diferentes tipos de chalecos fosforescentes contemplaban la escena. No pude menos que preguntar a uno de ellos por qué no habían limpiado mínimamente la escalera. Me dijo que ya la habían limpiado el día anterior, pero que esa noche había nevado de nuevo. Otro operario que me escuchaba tuvo el pundonor de intentar limpiar los dos últimos escalones con su propio pie. Era una tarea que no hubiera llevado más de cinco minutos, pero que nadie hizo. Lógicamente, los resbalones fueron frecuentes y me dijeron que una pasajera tuvo una caída seria.

Pero aun fue peor lo que vino después. En la sala de recogida de equipajes sólo tenían en funcionamiento una cinta, en la que nos acabamos agolpando los cerca de mil pasajeros que habíamos llegado en tres vuelos internacionales de larga distancia. Ni qué decir que en torno a la cinta se acabó arremolinando una multitud compacta que impedía ver nada. Tras una espera de más de media hora, por la megafonía se advirtió que “es posible” (sic) que “algunas maletas de los viajeros procedentes del vuelo” en el que yo venía “estuvieran en la cinta 6”, y no en la 2, como se indicaba en los paneles. Lo cual provocó una estampida pintoresca de unas 400 personas, corriendo y saltando por encima incluso de las otras cintas que permanecían vacías y paradas.

En la cinta 6 esperamos otra media hora larga, hasta que un pasajero advirtió a gritos que las maletas ya estaban saliendo por la cinta 2. Nuevas y caóticas carreras compusieron otra vez un espectáculo tan curioso, colorista y premoderno, que si no hubiéramos estado tan cansados seguro que nos hubiera hecho sonreír a más de uno. En la cinta 2 aun permanecían esperando pasajeros de otros vuelos formando una muralla cerrada que impedía ver si tus maletas estaban ya en la cinta. Así que fue necesario esperar con paciencia un buen rato. En el agolpamiento se podía oír de todo sobre tan caótico proceder. Escuché a varios pasajeros españoles quejarse dolidos sobre la mejor organización de los aeropuertos de los países de destino, mientras coincidían en señalar tendencias de empeoramiento en España. No sé si tan caótica y tan poco respetuosa forma de proceder en el interior del aeropuerto de Barajas estaba relacionada también con la nevada, cosa que dudo mucho, pero en cualquier caso mi impresión es que todo se podía organizar mejor y de forma mucho más cómoda para los usuarios.

Al mediodía del mismo lunes veo comparecer en televisión a responsables de Barajas y al propio Ministro de Obras Públicas, presumiendo de una razonable eficiencia en las respuestas a las nevadas. Lamentablemente creo que las percepciones de muchos usuarios directos son diferentes. Incluso he llegado a pensar que, en algunos casos, se han podido producir comportamientos malévolos, orientados a crear mal ambiente y a confrontar algunas experiencias con determinadas comparecencias públicas. En cualquier caso, es necesario ser conscientes de que aún es mucho lo que hay que hacer y programar con el fin de evitar la repetición de situaciones que dan una imagen un poco deplorable de las capacidades organizativas de la sociedad española.