Esta película contribuye a mantener viva la historia de trece jóvenes, siete menores de edad, que fueron fusiladas en las tapias del cementerio del Este, actual cementerio de La Almudena. Hace honor a la petición de Julia Conesa, una de las muchachas asesinadas, que a sus 19 años, horas antes de morir escribió a su madre “Que mi nombre no se borre de la historia”.
Eran unas jóvenes con ilusiones, que tenían novio, que iban al cine o a bailar y se divertían como podían en aquellos duros y grises días de la posguerra.
Las detuvieron al mes de acabar la guerra. Algunas se conocían entre sí pero otras no. Sufrieron duros interrogatorios policiales y finalmente fueron trasladadas a la cárcel de Ventas donde había miles de mujeres hacinadas en las celdas de la prisión.
La película es fiel a los hechos, es un claro exponente de la barbarie de la represión franquista, que algunos todavía se resisten a condenar. Franco despreció la piedad con los derrotados y legitimó la barbarie. Barbarie es barbarie, venga de donde venga y sean quienes sean sus autores.
Como documento histórico la película es magnífica pero no siempre mantiene el ritmo de la narración. Las interpretaciones son buenas, con perfiles bien delimitados en lo que se manifiesta el talento de Martínez Lázaro en la dirección. Logra una obra coral, en la que cobra especial importancia los trabajos de actores secundarios, sin que se resienta la historia principal. Es una cinta bien ambientada, realizada con respeto y entrega de todo su equipo. Un justo recuerdo para las Trece Rosas, esas jóvenes que vieron cercenadas sus vidas por soñar un mundo mejor.