En primer lugar, nadie pudo predecir que el malestar que hervía en los países árabes despertaría una revuelta ciudadana de tal magnitud. Ni siquiera con la primera revolución de Túnez, se pudo advertir que la llama correría como la pólvora por el resto de países, siguiendo Egipto y lo que hoy estamos viviendo en Libia. Parece que Europa aún no ha percibido que estas revueltas son imparables y que, difícilmente, las cosas volverán a su sitio. No es cierto que el mundo árabe esté convulsionándose para que luego todo permanezca igual.

En segundo lugar, la crisis económica mundial nos mantiene a todos anonadados. Ni supimos verla ni sabemos cuándo terminará; todo son indicativos, mensajes, amenazas, que manda el “mercado” con voz propia y autónoma, y que mantiene bajo presión a los poderes políticos democráticos. Pero nadie imaginó tampoco las consecuencias que se produciría sobre los ciudadanos árabes. Nos habituaron a ver a pueblos sumisos, acostumbrados a la miseria y la pobreza, felices en sus religiones, y aceptando a sus dictadores. ¡Como si a los dictadores se les aceptara de buena gana! Pero la crisis ha hecho que se apriete con más dureza y crueldad los cuellos de estos ciudadanos hasta que han estallado de indignación y sufrimiento. ¿Nadie veía cuánto sufrían estos ciudadanos o es el equilibrio que piden los mercados a cambio de la paz?

En tercer lugar, Europa no debe entrometerse en los procesos democráticos de estos países, pero sí ayudar a que sean “procesos limpios y democráticos de verdad”, con todas las garantías de imparcialidad y honestidad. Europa cuida, hasta tal extremo, sus declaraciones, con una prudencia tan exquisita, que, personalmente, me duele. ¿Acaso Europa no se entrometía cuando aceptaba, mantenía y sostenía a estos dictadores? ¿O es que el poder de Gadafi ha sido democrático y elegido por su pueblo o nos llegamos a creer que era Alá quien lo había elegido?

Europa tiene motivos para avergonzarse cuando recibíamos a Gadafi, loco y extravagante, soportando sus carísimas y vergonzosas actitudes, permitiendo que se paseara riéndose de todos y exhibiendo indignamente el poder de su petróleo.

Ahora, Europa tiene miedo. Es cierto que el equilibrio económico en función del petróleo, principalmente, puede generar una y nueva convulsión económica, pero esto no puede justificar que Gadafi haya estado pisoteando a su pueblo durante 40 años para que Europa haya podido crecer en paz y bienestar. Todo pueblo tiene derecho a su libertad y a las mismas oportunidades de bienestar.

Europa no tiene opción. No podemos tener en nuestra raíz cultural e histórica los principios de la Ilustración y no defenderlos con contundencia en los momentos graves, incluso aunque pueda perjudicarnos económicamente. No es una cuestión de estrategia racional, ni de dilemas de prisionero, ni de elección egoísta. Sólo hay una salida: defender sin medias tintas, con contundencia y nitidez, presionando lo que haga falta, que la Democracia llegue a Libia y que Gadafi pague, como dictador, todos sus excesos y abusos frente a los Derechos Humanos.

La guerra no se gana con batallas cortoplacistas porque al final, si perdemos la brújula, acabaremos desnortados y derrotados.

Lo que está ocurriendo en el mundo árabe es una importante lección: la Historia no ha terminado, no termina nunca, ni hay estabilidad basada en la injusticia que resista infinitamente.