Personalmente me encuentro entre los partidarios de la limitación de mandatos y así lo he explicado y argumentado en numerosas ocasiones, entre otros lugares en mi libro “La democracia incompleta” (Biblioteca Nueva) y en varios artículos recientes relacionados con el actual debate sucesorio en el PSOE. Por ello creo que Rodríguez Zapatero ha hecho lo que puede resultar más beneficioso para el PSOE y para el país en estos momentos ya que, una vez abierto el debate, no había ningún momento esencialmente bueno u óptimo para anunciar tal propósito, y cuanto antes se despejaran las incógnitas mucho mejor para todos. Sobre todo mucho mejor para que el PSOE pueda centrase en su agenda política inmediata, compitiendo en las urnas de la mejor manera posible.

Las razones que aconsejan una limitación de mandatos en un régimen político bien establecido son múltiples, y van desde los motivos más sencillos y humanos (las personas se queman y se cansan), hasta importantes circunstancias institucionales, que ya fueron apuntadas por los grandes pensadores políticos clásicos. Es decir, lo importante en un régimen político – sostenía Platón , entre otros – es que las instituciones prevalezcan sobre las personas, ya que las personas pasan y las instituciones permanecen. Por eso mismo los norteamericanos entendieron en su día – sobre todo el propio Washington – que su régimen no debía parecerse al modelo de monarquía colonial del que se separaron, y por lo tanto los Presidentes no debían perpetuarse en el poder. De ahí que acabaran constitucionalizando la limitación de mandatos. Medida que también fue seguida por otros países. En el propio Reino Unido, con el tiempo, se estableció de hecho un patrón de comportamiento que tiene los mismos efectos, de forma que cuando un líder permanece mucho tiempo en el gobierno son los propios grupos parlamentarios los que suelen proceder a su inmediata sustitución. Incluso líderes con un enorme poder e influencia, como Winston Churchill, Margaret Thatcher o Tony Blair, terminaron siendo sometidos a esta práctica “limitadora”, bien por la vía de decisiones partidarias internas, bien por cambios en la opinión pública.

Sin embargo, el hecho de considerar esta practica como algo en sí mismo sano y positivo, en la medida que neutraliza los agotamientos personales y evita que las crisis de liderazgo puedan convertirse en crisis de los partidos y las instituciones, no significa que no puedan darse algunos problemas en su aplicación. Sobre todo cuando la limitación de mandatos no está bien establecida y regulada. En tales casos los partidos políticos pueden encontrase ante situaciones bastante abiertas ante la opinión publica, e incluso ante disfunciones organizativas. La experiencia reciente del PSOE es bastante paradigmática en este sentido. Se ha visto en las últimas semanas con todo el ruido mediático que se había armado, con sus correspondientes expectativas y tensiones innecesarias. También fueron claras las disfunciones que se produjeron cuando Borrel – en mi opinión un magnífico candidato – ganó las primarias al por entonces Secretario General del PSOE, Joaquín Almunia. En su momento la dualidad de representaciones acabó arruinando las posibilidades de Borrel, a quien las encuestas daban una muy notable ventaja electoral. El resultado final todos lo conocemos, de forma que, después de un desplazamiento forzado, las elecciones las ganó el PP.

Por eso es importante aprender de estas lecciones y no someter al nuevo candidato ni a una “dualidad” de poder y representación, ni a un nuevo riesgo o impresión indirecta de “dedazo”. El candidato debe salir de un proceso democrático inequívoco y limpio y debe tener toda la representación política que le corresponde, y que necesitará, para poder competir electoralmente en las mejores condiciones.

Algunos podrán arguir que el actual Presidente y Secretario General en este caso quedaría un tanto debilitado hasta el final de la legislatura. Lo cual es cierto, pero inevitable. Igual ocurre con los Presidentes de los Estados Unidos durante el último periodo de sus mandatos, hasta el punto que se les suele calificar en el argot popular como “patos cojos”, con indudable exageración malintencionada. Pero en política nunca se dan situaciones óptimas al cien por cien. Por eso hay que optar entre las alternativas con mayores componentes positivos. Y en este caso es obvio que el PSOE tiene que dar prioridad al objetivo de optimizar sus posibilidades de futuro. En caso contrario los riesgos que se corren no son pequeños. No solo para el PSOE, sino también para los equilibrios sociales y políticos de España.

Las reacciones desmedidas y chirriantes de varios líderes del PP ante esta decisión revelan que el paso dado por Rodríguez Zapatero es positivo y acertado, y que el PP puede entrar en un ciclo de desgaste electoral comparativo, debido a su inclinación a las exageraciones, las salidas de tono, los extremismos, y el uso de los recursos mas demagógicos en sus críticas personales y políticas. Si no lo entienden será peor para ellos. Desde luego, lo que parece es que a medio plazo podemos entrar en una nueva etapa política y electoral en España.

De momento, una vez despejada la duda del liderazgo, el PSOE puede – y debe – centrarse en lo que ahora es inminente, de forma que los candidatos municipales y autonómicos hagan la campaña que en estos momentos corresponde, sin otros ruidos ni desviaciones, centrando el debate en las cuestiones referidas al ámbito sobre el que se va a votar el 22 de mayo. Lo cual es algo enormemente positivo y clarificador.