Anagrama culmina con este título la publicación de las ocho novelas de John Fante.

Este escritor fue, por decirlo de alguna manera, el precursor de ese género literario que se ha dado en denominar el realismo sucio. Realmente, no sabemos hasta qué punto podría ser considerado precursor si no fuera porque Charles Bukowski se ocupó durante toda su vida y con ahínco, de recordarnos lo importante que para él fue la obra de Fante. Y Bukowski, éste sí y con todas las garantías, puede ser llamado el padre del realismo sucio y, además, su versión más descarnada y salvaje.

La mayor parte de las obras de Fante se centran en las desventuras de personajes perdedores en medio de una sociedad cruel. Sus protagonistas casi siempre tienen mucho que ver con el autor: italo-americanos, católicos, pobres, perdidos en la realidad menos glamurosa de Los Ángeles, suele tratarse de personajes solitarios con problemas para comunicarse con los que les rodean (familia, amigos, pareja), y con sueños que casi nunca llegan a materializarse. Su estilo claro, cortante, con rasgos de humor y de violencia, hace que sus obras sean fáciles de leer y de apreciar.

“Llenos de vida”, novela publicada en 1952, señala un punto de inflexión en la trayectoria del autor, que dejaría la literatura durante más de veinte años para dedicarse al cine. No es una novela en clave de farsa, sino una comedia acerca de la integración y el conformismo. El antiguo y aparatoso antihéroe proletario es por fin un digno y vulgar representante de la clase media.

El relato trascurre en Los Ángeles a comienzos de los años cincuenta, la década en que se construyó el mito del american way of life, en que los norteamericanos identificaron la prosperidad con los valores familiares y religiosos, en que los californianos de clase media querían una casa en un barrio residencial.

En esta novela, el protagonista ya no es ficticio, ni Henry Molise ni Arturo Bandini, sino que han caído las máscaras y asume el autor su verdadero nombre en la narración: John Fante.

“Llenos de vida” no es muy distinta de la que, para mí, es la mejor obra de Fante: La hermandad de la uva. En ambas se narra la relación entre un padre y un hijo, y el autor la refleja con esa exquisita prosa que aúna humor y piedad, rabia y ternura, duda ante la fe y culpa por los pecados. Todo ello, con ingeniosos diálogos y un poco de lirismo. Un relato familiar, de las diferencias entre clases y épocas, de la religión frente al ateísmo, la fe frente a la ciencia y frente a los libros.

Un relato lleno de emoción, de ternura. En definitiva, lleno de vida.