Desde hace años, el PP ha utilizado unas estrategias de comunicación de forma reiterada, basadas en el doble discurso, para intentar conseguir varias cosas: uno, decir lo mismo y lo contrario con total impunidad; dos, confundir sobre la realidad; tres, crear una sensación de “barrizal” ideológico y táctico que hace que la ciudadanía se enerve y se decepcione con los políticos.
Eso le ha venido funcionando al PP, porque en medio de la tempestad, siempre ha sacado cabeza. Así lo hemos visto moverse mucho mejor en medio del fango que en medio de la sinceridad.
Y así siguen: Montoro diciendo que los sueldos están subiendo; Rajoy hablando de lo bien que va la economía; Wert manteniendo una ley de Educación contra viento y marea de protestas y huelgas; Ruiz Gallardón haciéndonos creer que nada tiene que ver la Iglesia y sus pleitesías con lo que ocurre con el aborto; Ana Mato, entre confeti y confeti, recortando y privatizando la Sanidad Pública, con sus acólitos madrileños llevando al límite la prevención del cáncer; y así un largo etcétera.
O toman por estúpidos a la ciudadanía o se han embrutecido tanto que ellos mismos son incapaces de distinguir entre la realidad y la ficción.
Eso no es política, es, ni más ni menos, que las tácticas perversas de un Gobierno que no ha tenido empacho en manipular la realidad, en utilizar varas de medir diferentes para propios y ajenos, en la incoherencia, en el doble discurso, en la comunicación como arma de perversión y no de información, y en la mentira como una llave decisiva para “hacer política”.
Pero, de la misma forma que castigamos las acciones inútiles o injustas, la ciudadanía debería ser también exigente con los discursos políticos y quienes lo hacen.
Dice Josep Ramoneda en su artículo de El País: “La política, en muy buena parte, es reconocimiento. Reconocer significa respetar y dar carta de naturaleza a las demandas de la ciudadanía, incorporar al debate político aquellas iniciativas que vienen acompañadas de amplio apoyo social. Rajoy nunca mira a la cara a los ciudadanos. Cuando estos se mueven les descalifica. Primero, minimiza la importancia de las movilizaciones; después, apela a la mayoría silenciosa (la amiga preferida de todos los políticos autoritarios); y finalmente les señala como antipolíticos, como si la política fuera coto privado de los partidos oficiales. Nunca asume los debates que la ciudadanía propone.”
Efectivamente, pero parece que nos hemos acostumbrado a que así es y así se hace. Y para el PP, el más inteligente no es el que mejor hace las cosas, sino el que consigue engañar a más gente durante más tiempo.
No tenemos un Gobierno para los españoles, sino tenemos unos directivos del PP en busca de sus propios intereses e ideología; no tenemos una democracia de representantes y representados, sino que tenemos una farsa escénica parlamentaria para “torear” las demandas ciudadanas; no tenemos discurso político, sino mensajes enlatados de comunicación para disfrazar la realidad.
Y esta actitud que mantiene el PP está haciendo callo en los sentimientos de la ciudadanía que ya no cree en nada ni en nadie.
El escepticismo y la indiferencia política no son cualidades que producen el Estado de Bienestar o el individualismo, sino que lo provocan aquellos políticos que practican el cinismo.