Lo cierto es que la mayor parte de los fenómenos que tienen que ver con los comportamientos y con la salud tienen un origen multicausal. Una de las grandes aportaciones que hace la epidemiología, esa ciencia esencial para entender el mundo, es definir cuáles son las causas que intervienen en los fenómenos de la salud y la enfermedad y qué importancia tiene cada una en la producción final de cada problema. No es baladí la información ya que conociéndola estamos más cerca de comprender la esencia real de los problemas y, lo que es tan importante, en qué factores debemos incidir preferentemente para evitarlos o ante cuáles de ellos nuestra intervención adolece de falta de eficacia.

En el año 2002 un grupo de investigadores de la Universidad Complutense de Madrid, con el Profesor Enrique Regidor a la cabeza, publicó un interesante estudio sobre la accidentalidad vial en nuestro país (ver Revista “Española de Salud Pública”, marzo de 2002, volumen 76, nº 2, páginas 105-113) en el que se demuestra que, aunque desde 1980 el consumo per capita de alcohol ha mostrado una tendencia descendente en nuestro país, el número de lesiones por accidentes de tráfico durante los últimos veinte años ha permanecido estable o se ha incrementado, porque se haya fuertemente asociado al ciclo económico. Por ello se señala que si bien las medidas puestas en marcha para el control de este problema se han centrado principalmente en aspectos de gran relevancia, como lo son todas las que buscan la modificación de las conductas que incrementan el riesgo y la severidad de las lesiones de tráfico, estas no resultan todo lo eficaces que desearíamos porque se han ignorado los determinantes macroeconómicos que explican la tendencia de la frecuencia de este problema de salud. Si esto es así, es decir, a mejor situación económica más accidentes, deduciremos ahora que la situación de crisis que vivimos puede estar incluida, también, en el conjunto de sucesos que pueden explicar la importante noticia anunciada por la Dirección General de Tráfico. Un correcto y sopesado análisis de los datos hubiera evidenciado esta circunstancia y, aún más, hubiera aportado información sobre el peso que en este indudable éxito ha podido tener una disminución objetiva de las “probabilidades de riesgo de accidentes”, tales como la reducción de la ingesta de alcohol, de la frecuencia de desplazamientos o del número de fiestas a las que acuden conductores jóvenes, y otros hechos similares que sin duda han ocurrido en el contexto de un menor consumo general.

Sería necesario, por ello, que contempláramos la realidad en su dimensión compleja y estuviéramos preparados para afrontar un posible repunte del problema cuando el momento de la deseable bonanza económica vuelva a nuestro país y al mundo. Que ojalá sea pronto.