En su conjunto, cualquiera que realice un análisis mínimamente objetivo de los 100 primeros días del Gobierno del PP podría afirmar que “nunca tan pocos han realizado tanto mal, en tan poco tiempo, a tantos ciudadanos, y de formas tan variadas, como innecesarias y contraproducentes”. Por eso, en sólo cien días, sin tregua ni descanso, el PP ha logrado soliviantar y poner en su contra a sectores muy amplios de la opinión pública española, al tiempo que ha empeorado de manera significativa la imagen internacional de España, con un proceder ‘cuasi expiatorio’, y un tanto compulsivo, que no ha hecho sino alentar el tremendismo y la negatividad sobre nuestra situación.

De ahí que no sea exagerado afirmar que la política seguida por el PP se ha traducido en una cuádruple P: más paro, más problemas, innumerables patrañas y más pesimismo.

Más paro

Los que esperaban -ingenuamente- que la llegada del PP al Gobierno pudiera aliviar -aunque sólo fuera momentáneamente- la situación del empleo se han llevado un gran chasco. Con el PP no sólo no se está creando empleo, sino que se está destruyendo a un ritmo endiablado. Cada día de Gobierno de Rajoy está suponiendo 5.000 parados más. Todo lo contrario de lo que ocurrió, en su momento, por ejemplo, durante los primeros meses de Gobierno de Felipe González y de José Luis Rodríguez Zapatero. Sería bueno, por lo tanto, que algunos repasen bien las estadísticas y tengan la suficiente dignidad como para reconocer los hechos, y dejarse de propagandas falaces sobre las etapas anteriores de gestión socialista.

El espectacular aumento del paro imputable al Gobierno del PP no obedece sólo a su fracaso en generar el clima de confianza económica necesaria, aunque sólo fuera de manera coyuntural e inicial, sino que lo tremendo es que el PP está practicando una “política activa de desempleo”. Es decir, el Gobierno del PP se ha situado en las antípodas de lo que recomiendan las prácticas keynesianas y socialdemócratas, y enarbolando las más extremistas y simplonas banderas neoliberales, se dedican a propiciar activamente despidos y contracciones económicas.

Despreciando los importantes acuerdos sobre congelaciones salariales a los que habían llegado los Sindicatos con la Patronal -que para sí hubieran querido anteriores Gobiernos del PSOE- se han metido en un auténtico avispero de contrarreformas e involuciones laborales que no hacen sino generar más malestar y alentar y facilitar más despidos.

A todo lo cual se unen los despidos directos de bastantes trabajadores de servicios públicos, en una forma que contribuye a deteriorar la calidad de las prestaciones en aspectos fundamentales, así como los cierres de empresas públicas que cumplían funciones de interés general, a veces incluso con beneficios o con presupuestos equilibrados. ¿Por qué hacen esto? ¿Para que sean otros los que tengan privadamente estos beneficios, después de las inversiones pagadas con el dinero de todos? La explicación dada por la Vicepresidenta de que con tales medidas nos ahorraremos un millón de euros debido a la supresión de puestos de consejeros, no resiste el más mínimo análisis lógico, ni de racionalidad económica. Si el problema son los consejeros, ¿por qué no se suprimen dichos puestos, o se reducen drásticamente sus emolumentos? Pero, claro, para el PP lo fundamental es ganar “eficiencia” (sic), despidiendo a cuantos más trabajadores sea posible. Frente a ese hipotético ahorro de un millón de euros, ¿cuánto tendrá que aportar la Seguridad Social a los miles de despedidos que engrosarán las filas del paro? ¿Cuánto dejará de ingresar el Estado por algunas actividades que ahora irán a manos privadas? ¿Cuáles serán los costes ciudadanos en términos de unos servicios que desaparecerán, empeorarán o se gestionarán por manos privadas, con hipotéticos criterios de ‘eficiencia’? ¿Qué ‘eficiencia’ y para qué? ¿Para incrementar los beneficios privados de unos pocos a costa del bienestar y los intereses de muchos?

En definitiva, las explicaciones del PP no son sino pura palabrería para adornar el fanatismo neoliberal más extremista y más alejado de cualquier criterio de servicio público y de búsqueda del interés común.

Más problemas

Desde que el PP entró en las instituciones públicas, como un elefante en cacharrería, los problemas no han hecho sino aumentar y acentuarse.

Al espectáculo de las diatribas apocalípticas, recurrentes y culpabilizadoras sobre la mala gestión del Gobierno anterior, se ha unido el vodevil de un tira y afloja disparatado sobre el volumen del déficit público, que ningún ciudadano medio es capaz de entender. ¿Por qué lo científico y riguroso primero fue un 4,5% de déficit, y luego un 5,8% y al final -de momento- un 5,3%, y en un futuro ni se sabe? ¿De dónde salen todas estas cifras mágicas y cabalísticas? ¿Es todo esto propio de un país serio? ¿En qué contribuye todo esto a ganar credibilidad para España?

Los problemas que están surgiendo en la educación, la sanidad y la investigación están a la vista de todos y han empezado a suscitar protestas un día sí y otro también.

Y sobre las relaciones laborales, ¿qué puede decirse después de la convocatoria de una Huelga General, antes de que el Gobierno haya cumplido ni siquiera los primeros cien días de habitual cortesía?

El malestar está extendiéndose de tal manera y el Gobierno está enconando de tal manera las relaciones políticas, que el ‘síndrome de la soledad’, asociado al clásico ‘síndrome de la Moncloa’, que en otros casos se empezaba a notar después de varios años de inquilinato presidencial, en esta ocasión se está haciendo presente de manera prematura. El Presidente Rajoy ha llegado, incluso, a manifestar públicamente su perplejidad -y sus quejas- por algunas de las críticas que le están cayendo encima en aluvión. Dice que no lo entiende (sic).

En un panorama tan complejo y difícil como el actual, cualquier síntoma excesivo de soledad -y debilidad prematura- por parte del actual Gobierno podría ser aprovechado por cualquiera que quiera sacar tajada del momento, en una manera que puede llegar a ser peligrosa para los intereses generales de España y la buena operatividad de nuestra Constitución. Por eso, la bravuconería y el extremismo de algunos comportamientos y la alegría con la que el PP está derribando puentes y capacidades de interlocución social y política, puede ser la cuna de desencuentros mayores que podrían llegar a debilitar peligrosamente nuestra posición como país, ante eventuales amenazas.

Más patrañas

Una de las derivas más sorprendentes -y tempranas- del Gobierno del PP es su manera de justificar y explicar algunas de sus decisiones y medidas. ¿Son creíbles? ¿Son racionales? ¿A qué sectores de opinión pretenden convencer o engañar con las patrañas que se esgrimen recurrentemente?

En algunos momentos, determinados líderes del PP parecen tan envalentonados y tan engreídos por los resultados electorales obtenidos en las elecciones generales que dan la impresión de que piensan que todo vale, y que pueden hacer lo que quieran, cómo quieran y con cualquier explicación, por inverosímil que pueda resultar.

La salmodia argumental de que el PSOE es el culpable de todo lo que ha pasado, está pasando y pasará en el futuro, se recita un día sí y otro también, con aparente seriedad en el gesto y en el discurso. A ver si cuela. Y sobre los Sindicatos ya se sabe -piensan ellos- que son rojos, desfasados, aprovechados e ignorantes (¿y antiespañoles?). Es decir, lo peor de lo peor.

Los argumentarios del PP, por este camino, se pueden acabar convirtiendo en un auténtico monumento a la “patraña”. ¿A quién quieren emular por ese camino?

Más pesimismo

Uno de los rasgos más destacados del balance de los primeros cien días de Gobierno del PP ha sido la acentuación de la impresión de pesimismo de los españoles. Y sobre los españoles y sobre España.

Los discursos tremendistas y las explicaciones hipernegativas sobre la situación de España se han utilizado a fondo, en gran parte como justificación de lo que se hace y de los magros resultados que se están obteniendo, y en parte también como una forma de dar continuidad a las agresivas campañas anti-PSOE que los líderes del PP vienen practicando desde hace años. El carácter extremista de estos planteamientos propagandísticos han llegado a tal punto que el PSOE es presentado prácticamente como un “chivo expiatorio” de todos los problemas actuales.

Es evidente que con tamaño clima de pesimismo y con tales enfoques será más difícil poder empezar a remontar la actual depresión económica (y psicológica) de España.

Los jóvenes -muchísimos jóvenes- son los principales afectados por la situación a la que estamos llegando, debido a que al desánimo que conllevan las situaciones de paro y precariedad laboral y vital se une un clima general de pesimismo sobre la situación actual de España y sus posibilidades de futuro. Lo cual es lo peor que le puede ocurrir a uno cuando es joven.

En estas circunstancias, y con este insólito balance para tan pocos días de Gobierno, el PP puede continuar manteniendo, durante un tiempo, cierta inercia de lealtades electorales y de confianza entre los suyos -a los que continúa alimentando con discursos extremistas y de un anti-socialismo primario-, pero ya se sabe que al final los hechos son tozudos y se terminan imponiendo a la vista de todos. Los retrocesos del PP respecto a las elecciones generales se han constatado ya en las elecciones autonómicas de Andalucía y Asturias.

La cuestión en estos momentos no es tanto si el PP continúa manteniendo lealtades inerciales de voto y puede continuar obteniendo buenos resultados más o menos relativos, sino que la clave es si una parte del electorado progresista continuará desmovilizado y desorientado, incluso alejado de la participación electoral. Ahí está, precisamente, la clave de los resultados electorales en las últimas elecciones generales, que indican que no es que el PP gane elecciones (en positivo), sino que el PSOE las pierde, porque una parte del voto progresista se ha dispersado o ha votado blanco o nulo, mientras que otra parte se queda en casa.

De esta manera, se produce el efecto paradójico de que en un país de mayoría sociológica progresista haya ganado las elecciones un partido tan dado al extremismo y a las regresiones unilaterales como el PP, que está haciendo lo que está haciendo. La consecuencia es un Gobierno que puede operar con una mayoría creciente de la opinión pública en contra y sin tener sensibilidad ni preocupación por esta dualidad sociológica y política de base. Lo cual nos puede llevar por una senda de desencuentros y conflictos que no harán sino alimentar recurrentemente el malestar, el pesimismo, los problemas, los debates trufados de patrañas y, en definitiva, el declive económico y el paro. ¿Acaso no es una cuestión de interés general -y de patriotismo- empezar a enmendar esta deriva negativa? ¿Acaso este cambio no se ha empezado ya a constatar en las últimas elecciones en Andalucía y Asturias?