Herodoto sostenía que los etruscos eran descendientes de antiguos navegantes llegados de Oriente, que dieron lugar a una de las civilizaciones más antiguas y brillantes del Mediterráneo. Los etruscos –o rasenna, como ellos mismos se llamaban– desarrollaron a partir del siglo IX antes de Cristo una civilización que se asentó en buena parte de lo que hoy es la Toscana, la Umbria y el Lacio.
A partir de sociedades inicialmente muy igualitarias, basadas en la agricultura y la minería, los etruscos siguieron una evolución que les llevó por diferentes formas de estructuración social, en las que fueron cobrando fuerza las gens y unas clases medias artesanas y comerciantes que hicieron de esa zona de Italia uno de los principales focos económicos y culturales de la época.
El establecimiento de grandes zonas de trueque y comercio, la institución del “banquete” o “simposio”, con participación de mujeres, el papel de la familia y de la mujer, simbolizada en los sarcófagos de los esposos -cuya pieza más bella y representativa se encuentra en el Museo de Villa Giulia de Roma-, su profundo sentido espiritual, sus fraternidades militares y sus prácticas adivinatorias hacen que los etruscos hayan sido objeto de una atención especial. Considerada hasta hace poco como una civilización misteriosa, entre otras razones, por el carácter aislado y peculiar de su lengua y su escritura, con notables singularidades (renglones alternos invertidos, anteposición del complemento directo al verbo, del genitivo al nombre, etc.), en estos momentos se dispone de una gran cantidad de restos arqueológicos etruscos procedentes básicamente de sus ricas necrópolis: urnas funerarias, esculturas, exvotos, ajuares domésticos, joyas y ornamentos, etc. Especialmente destacados fueron sus trabajos en cerámica, fundición (civil y militar) y sus magníficas pinturas murales, que tanto recuerdan, a veces, las de la vieja Creta.
Las cerca de quinientas piezas de la exposición itinerante que se pueden ver en Madrid, hasta el 6 de enero, brindan una buena ocasión para conocer mejor a una civilización que prosperó durante cerca de mil años, hasta que finalmente fue desbordada-derrotada-asimilada por Roma, terminando con su completa integración en el Estado romano en el año 90 antes de Cristo, en el que se concedió a los etruscos la ciudadanía romana; en la que indudablemente también se hizo notar su impronta.