Una labor social fundamental de los primeros gobiernos socialistas de Felipe González para desarrollar el Estado de Bienestar fue concienciar a la ciudadanía de la importancia de los impuestos. Aquel “Hacienda somos Todos” reflejaba la necesaria cooperación y cohesión para contribuir a la creación de los sistemas universales de derechos como la educación y la sanidad, entre otros.

Un sistema democrático es mucho más que un mecanismo formal: es una forma de vida, cuya razón de ser consiste en la conjugación de la igualdad y la libertad, tal y como advertía Tocqueville. Ésa ha sido la base cultural sobre la que se desarrolló el Estado de Bienestar europeo y que permitió difuminar las diferencias de clase entre ricos y pobres, consolidando el mayor éxito de progreso: una gran clase media.

Otra de las consecuencias de la actual crisis es poner en peligro la existencia de “la clase media”, puesto que los severos recortes afectan la estabilidad laboral y salarial así como las coberturas universales de protección. Nuestro sistema económico funciona si existe consumo, y éste se produce fundamentalmente por la riqueza, no de unos pocos, sino de un país, es decir, de una gran mayoría de ciudadanos que pueden acceder a los bienes. Por eso, cuando se levanta un movimiento denominado “Ricos por unas tasas para los ricos” no es una actuación altruista o bobalicona, sino muy inteligente de quienes saben que no es suficiente la riqueza de unos pocos para levantar un país; así lo definen las declaraciones de Dieter Lehmkuhl (uno de los alemanes más ricos) cuando advierte que “es imposible sostener un modelo de sociedad en el que un 10% de los alemanes tiene el 70% de la riqueza”, un desequilibrio que se ha acentuado gravemente con la crisis económica.

Durante las últimas décadas, Europa ha sido el espejo que reflejaba la imagen de la prosperidad, la igualdad y la libertad con la que soñaban muchos países; pero ahora, Europa debería mirar el retrovisor antes de tomar decisiones que minen la capacidad de su clase media, es decir, del sostén de su progreso y bienestar.

Dos son los fenómenos que atenazan a Europa en esta crisis: por un lado, que ya no somos “los más ricos”, sino que existen ciudadanos rusos o chinos que llenan nuestros mejores hoteles o compran las joyas más caras, mientras los trabajadores de sus países carecen de derechos laborales proporcionando una mano de obra barata, lo que genera el desequilibrio de un mercado mundial que deja de mirar a Europa como primer consumidor y como productor fundamental. En segundo lugar, los países emergentes, como China o Brasil, reclaman también su oportunidad de consumo y riqueza material. Pero, ojo, su crecimiento exponencial y vertiginoso genera deuda: un crédito del 47% del PIB en Brasil (que sin ser demasiado crece a pasos agigantados) y un 127% en China; créditos para unos ciudadanos emocionados con comprar una casa, viajar, disfrutar de vacaciones y consumir, siempre y cuando no se vuelva a crear una burbuja crediticia imposible de sostener y pagar, como ha pasado en Europa durante los años felices.

Uno de los temas más apasionantes y cruciales que se producirán en esta próxima campaña electoral es el sistema impositivo. Los impuestos: ¿cuántos, cómo y para qué?. Resulta electoralista y “pegadizo como las canciones de moda” prometer que no habrá impuestos, pero entonces no se puede realizar política social y de derechos; aunque si la solución es, como está realizando el PP en Castilla la Mancha y Madrid, recortar el Estado de Bienestar en temas esenciales como la sanidad y la educación, posiblemente entonces nos podamos ahorrar los impuestos (¡bien!, que cada uno se pague lo que pueda). Ahora que los profesores están de manifestaciones y protestas por los severos recortes en autonomías gobernadas por el PP, es conveniente recordar aquellas palabras de Esperanza Aguirre cuando fue ministra de Educación: “la educación es como un supermercado, cada uno coge aquello que puede pagar”. Aunque, como no sabemos que puede ser antes si los impuestos o el bienestar, nos puede ocurrir como aquel chiste del burro que se acostumbró tanto a no comer que al final no le hacía falta: ¡hasta que murió!

Si no realizamos un sistema impositivo adecuado, correcto, progresivo y justo, que grave sobre las fortunas y aquéllos que ganan muchísimo, destinado sobre todo para mantener y fortalecer el Estado de Bienestar, consiguiendo vincular de nuevo a la clase media a la protección universal en lugar de expulsarla del sistema (como realiza el PP en las autonomías que gobierna), habrá una realidad incuestionable: no necesitaremos impuestos porque no habrá Estado de Bienestar que mantener. Tampoco habrá clase media consolidada pues se abrirá la brecha, como ya está ocurriendo, entre los que tienen mucho y los trabajos inestables (véase nuestra juventud y su incierto futuro). Tampoco habrá Europa ni esqueleto estructural que nos haga salir de esta crisis.

Europa está recorriendo un amargo camino para el que no estábamos preparados, pero que se podía haber previsto. La urgencia por salir de la crisis como sea puede bloquear la verdadera riqueza de nuestros países, al debilitar el esqueleto del Estado de Bienestar, desmoronar la clase media, desproteger el trabajo estable y huir de la ética democrática basada en la igualdad de oportunidades y el acceso universal a los derechos básicos.