Lo que está ocurriendo en Europa en estos momentos es un exponente bastante claro de hasta qué punto son importantes las decisiones que se adoptan en los núcleos de poder centrales de la Unión Europa. Núcleos que están orientados por criterios e intereses transnacionales, frente a cuya influencia determinante poco pueden hacer los viejos partidos de ámbito nacional, propios de las sociedades del siglo pasado.
Por ello, mientras las grandes decisiones estratégicas se adopten fundamentalmente a nivel transnacional -a veces por poderes que escapan a cualquier posibilidad de control democrático-, en tanto que los cauces de participación política continúan estando articulados a nivel nacional -o incluso subnacional-, será inevitable que continúe profundizándose una crisis de control democrático y aumenten las sensaciones ciudadanas de frustración e impotencia. Con la consecuencia de una devaluación de la política y una erosión de la credibilidad de unos partidos que son percibidos por muchas personas como poco operativos y eficaces en el desempeño de sus funciones de control democrático y de vehiculización de la voluntad soberana de las mayorías sociales.
El resultado del actual desajuste de ámbitos políticos puede llevar a una crisis funcional -y de credibilidad- de la democracia si no se encuentran pronto los reajustes y las soluciones eficaces a estos problemas. Y, sobre todo, si no se logra modificar la sensación que tienen muchas personas de que, tal como están las cosas, sus opiniones no cuentan y los partidos políticos apenas pueden hacer valer sus criterios en los nuevos espacios políticos transnacionales. ¿Para qué sirve, entonces, la política y los partidos? -se preguntan algunos.
En algunos partidos políticos españoles este debate ya se está planteando, intentando avanzar, por ejemplo, hacia un auténtico Partido Socialista Europeo, adecuadamente articulado y coordinado, del que los antiguos partidos nacionales serían secciones específicas y operarían como tales. Idea que ya fue lanzada por Alfonso Guerra en el marco de los Encuentros de Jávea, en los años ochenta, llegando a plantear incluso una estrategia y un calendario de objetivos y etapas para avanzar en esta dirección (Vid. A. Guerra, “Hacia una acción política concertada en el espacio europeo”, en ‘El nuevo compromiso europeo. III Encuentro de Jávea’, Editorial Sistema, Madrid, 1987).
Ahora esta idea está tomando cuerpo entres los sectores socialdemócratas europeos más serios, por entender que si se quiere que las propuestas socialistas cuenten en el futuro y puedan tener algún peso en las decisiones estratégicas que van a condicionar el futuro de Europa y la vida de los europeos, es imprescindible organizarse eficazmente en el plano transnacional, en la manera en la que requieren los nuevos tiempos y las nuevas circunstancias. Y si no se realiza este esfuerzo, lo más probable es que el socialismo quede reducido a la insignificancia o a la impotencia.
Es posible que este tipo de debates no tengan ni el suficiente morbo mediático, ni un carácter suficientemente llamativo como para merecer la atención de los medios de comunicación social. Morbo que sí tienen, en cambio, determinados comportamientos de indisciplina de voto de inspiración nacionalista, que en realidad apenas tienen transcendencia práctica respecto a lo que se ha votado o no votado. ¿Alguien recuerda qué votaron realmente hace unos días los parlamentarios del PSC y qué repercusión tiene, o va a tener, ese asunto para la calidad de vida, o las posibilidades de empleo de muchos catalanes, españoles o europeos?
La realidad de las cosas, y el alcance de mucho de lo que está pasando en Europa y en el mundo en estos momentos, contrasta con la naturaleza de determinados debates en los que algunos se tienden a enredar, y que se sitúan a contracorriente de lo que ahora realmente se necesita. Por eso resulta un tanto extraño y contradictorio que, cuando lo que se necesitan son partidos más y mejor coordinados y más capaces de incidir políticamente en espacios más amplios, algunos se empeñen en propósitos fragmentadores y en planteamientos que conducen a una mayor descoordinación, incluso a nivel subnacional. ¿A dónde puede conducir todo esto en términos políticos prácticos? ¿A debilitar más al PSOE? ¿A restarle credibilidad política y a imposibilitar o dificultar una alternativa socialdemócrata creíble frente al actual despropósito de gobierno del PP?
El problema es que estos debates fragmentadores y a contracorriente de la historia no solo debilitan al socialismo en los ámbitos donde se pueden producir y plasmar las eventuales fragmentaciones y/o descoordinaciones, sino que también erosionan al socialismo en el resto de los territorios, debido a la imagen confusa, contrahistórica y poco seria y solvente que se ofrece. Lo cual es un doble mal y una doble causa de erosión electoral.
Por ello, habría que empezar por reclamar más seriedad y más capacidad para plantear los debates de futuro que realmente se necesitan ahora y que puedan mejorar la capacidad de coordinación y actuación de los socialistas, y no todo lo contrario. No hace falta ser un genio del análisis político para entender hacia dónde pueden conducir determinados debates y quiénes van a ser los sectores sociales que más podrán sufrir las consecuencias de algunas tendencias y contra-tendencias.