Pero no, todos estos términos son los que alega el colectivo de controladores aéreos. Y entonces, uno parece que el mundo se ha vuelto al revés. ¿Un colectivo que trabajaba, hasta ahora, 1200 horas anuales, y cobraba más de 300.000 euros se considera un trabajador? ¿Al mismo nivel que los que cobran el sueldo mínimo? ¿Hablan de Estatuto de Trabajadores? ¿Se sienten discriminados por no cobrar las horas extras a precio de “lujo indecente” para el resto de los mortales?

Lo vivido estos días con el colectivo de controladores indica sencillamente cómo interpreta cada uno lo que le interesa. En un mundo donde las desigualdades crecen, y cada día vemos mayor número de pobres, no sólo fuera de nuestras fronteras, sino en las calles que pisamos; en un país donde la paga a los parados de larga duración desaparecerá porque así “lo exige el mercado”; en una situación global donde peligra el Estado de Bienestar en su expresión más básica como universalidad de educación y sanidad gratuita; en una Europa donde los trabajadores tendremos que alargar la jubilación varios años para así “tirar del carro” y sacar adelante las pensiones, existen unos trabajadores de élite, que se sienten “amenazados e injustamente tratados” porque se les está rebajando sus salarios, aumentando sus horas, evitando que cobren horas extras y regulando una profesión de la que han hecho un cortijo corporativo del que se han estado aprovechando durante años.

Por cierto, si su trabajo es tan estresante (cosa que no dudo), ¿cómo es posible que no sintieran estrés cada hora extra que realizaban y acumulaban hasta llegar a duplicar sus salarios de dioses?

Y los controladores pensarán que ellos no son responsables de las desgracias ajenas, salvo que durante años han estado “chantajeando” al país y al Estado, encerrados bajo un corporativismo gansteril.

Nadie duda de la importancia de sus trabajos. También el policía y el bombero son importantes y además se juegan cada día laboral su propia piel; también el médico lo es, y más, el cirujano al que no le deben temblar las manos cuando extirpa un tumor; también lo son los profesores a quienes dejamos a su cuidado y educación lo mejor de nosotros mismos: nuestros hijos. ¿Seguimos?

No, no hay justificación. Ni explicación. Ni lógica laboral que defienda esa situación. Supongo que ahora lloran por lo que están perdiendo, pero poco les importó cuando colapsaron al país, secuestraron a miles de españoles en los aeropuertos, hicieron un daño inmenso económico, debilitaron la imagen de España con las consecuencias que pudiera tener en estos momentos tan delicados, y rompieron los sueños o necesidades de miles de españoles que se vieron injustamente tratados por unos “lastimosos controladores que no aguantaban tanta ansiedad”. Seguro que existen miles de jóvenes perfectamente preparados, con niveles de idiomas, con preparación académica, y con los nervios templados, y la paciencia infinita de verse sin futuro estable, dispuestos a realizar su trabajo.

Ahora, lloran por la imagen nefasta que se han ganado a pulso ante toda la opinión pública española. Pero no sólo con lloros deberán pagar tal barbaridad.

Lloran pero aún no ha salido ninguno de ellos a pedir perdón y a asumir las responsabilidades que tienen ante la acción que tanto daño ha causado. Ni perdón, ni propósito de enmienda.