Amén de algunas generalidades sobre los riesgos que tenemos los europeos de quedarnos descolgados en los próximos años de la vanguardia económica, tecnológica y universitaria, el documento apenas aporta soluciones o propuestas concretas. Quedarse en una genérica reivindicación de la energía nuclear, proponer la incorporación de Turquía a la Unión, postular una selección más cualificada de inmigrantes, llamar la atención sobre la conveniencia de no jubilarse a los 60 ó 62 años o exigir vagamente mayor rigor económico, es poca cosa.
Quizás la pretensión no era otra que llamar la atención sobre algunos problemas, como se suele hacer habitualmente en algunos editoriales y artículos de periódicos y revistas. Pero era algo más lo que se esperaba en estos momentos. ¿Acaso no es necesario avanzar pasos más resolutivos en la concreción de la Europa política, en la definición de una estrategia energética global y en el gobierno económico del euro y el mercado común?
En algún momento los actuales líderes europeos deberán ser capaces de salir del ensimismamiento y de los discursos retóricos, pensados básicamente para quedar bien y para ser reconocidos como oradores ingeniosos, brillantes y mediáticos, y mojarse más, haciendo propuestas concretas sobre los problemas específicos que nos conciernen. Y en algún momento algún sociólogo –o quizás un psicólogo– deberá explicar por qué la política está dejando de ser entendida como el arte de proponer soluciones y hacer cosas posibles y necesarias –el famoso ¿qué hacer?– para quedar reducida a las técnicas de la retórica y la comunicación, en una dinámica en la que lo importante es la pose, el tono y la imagen y no las soluciones concretas que se postulan. De forma que al final la lógica del “qué hacer” suede quedar circunscrita al plano de las tácticas más inmediatas y a veces más negativas.
Una vez leído el documento de los sabios lo que queda pendiente es nada menos que concretar cómo avanzamos en la zona del euro hacia una efectiva convergencia fiscal, laboral, social y monetaria y qué estamos dispuestos a hacer para proteger de una manera eficaz nuestro mercado común, dejándonos de retóricas vacías y de prejuicios ideológicos desfasados (y fracasados). Al tiempo que asumimos que la mejor vía para practicar nuestra solidaridad con los países menos desarrollados es haciéndolo de la única manera que resulta efectiva; es decir, mediante políticas realistas y planificadas de ayuda y cooperación internacional y no mediante la falacia de la incorporación de estos países a un mercado global que es el mayor engaño de la historia reciente, y que no está haciendo sino dividir cada vez más a la humanidad en ganadores y perdedores a gran escala.
Por lo tanto, si los europeos queremos tener algún futuro habrá que empezar a pensar en nuevos enfoques, nuevos líderes y nuevos sabios.