En los últimos días se han celebrado dos hechos relevantes relacionados con la UGT y CCOO que demuestran fehacientemente que el movimiento sindical en la actualidad está reflexionando a fondo sobre su funcionamiento orgánico y su acción sindical: se trata del Consejo Confederal de CCOO y de la 2º Asamblea Confederal Consultiva de UGT. En los dos encuentros se han analizado los problemas que aquejan a los trabajadores y a sus representantes sindicales y se ha constatado la negativa relación de fuerzas de los sindicatos en relación con los empresarios, así como la persecución de que son víctimas en medio de una campaña anti sindical sin precedentes conocidos en democracia. El fenómeno de la globalización y la voracidad del capitalismo financiero, junto al poder mediático y la revolución tecnológica a su servicio, así como la gestión neoliberal de la crisis actual, el tremendo desempleo y la abusiva precariedad, han relegado a un lugar secundario la centralidad del trabajo y golpeado duramente a los sindicatos, a la negociación colectiva y, además, criminalizado la acción sindical al acusar a centenares de sindicalistas por defender un derecho fundamental reconocido en nuestra Constitución, como es el derecho de huelga.
Los encuentros celebrados también han servido para hacer autocrítica y tomar decisiones encaminadas a mejorar el funcionamiento interno y la financiación de los sindicatos. En este sentido, las declaraciones del secretario general de CCOO y la resolución del Consejo Confederal de CCOO resultan edificantes y se dirigen en la buena dirección al aprobar por abrumadora mayoría un Código de Conducta (Medidas para reforzar las mejores prácticas de Gobierno y Control de CCOO), que regule y mejore el funcionamiento interno del sindicato: “no podemos seguir haciendo lo mismo para conseguir los mismos resultados”. La pretensión es renovar el sindicato hacia dentro y hacia afuera porque, “si el sindicato no se reinventa, el viento de la historia se lo llevará por delante”. De la misma manera, la UGT ha reflexionado sobre las últimas irregularidades detectadas en la financiación de su Federación de Servicios, desde el convencimiento que hay que actuar con rapidez y contundencia en el esclarecimiento de los hechos y actuar, con todas las consecuencias, para erradicar las posibles malas prácticas sindicales relacionadas con la financiación del sindicato. En coherencia con ello, Cándido Méndez ha demandado un “cambio integral” en las estructuras del sindicato para hacer de la UGT “una organización más eficaz, más cercana y más transparente para los trabajadores”.
Las dificultades enumeradas anteriormente demuestran que los sindicatos se encuentran en una verdadera encrucijada, a pesar de que el movimiento sindical es, con mucha diferencia, la fuerza social en el planeta con un mayor número de afiliados y simpatizantes y, además, todavía conserva una cierta influencia en el ámbito de la izquierda política, que hasta ahora había sido determinante. Sin embargo, a pesar de estas credenciales, la respuesta sindical a la actual situación de crisis- en un mundo globalizado-, no ha dejado de ser defensiva y local (limitación de daños) y ha mostrado carencia de ideas y escasa capacidad de presión para responder con eficacia a la fuerte ofensiva neoliberal. Así mismo, su práctica sindical se ha demostrado mejorable en cuanto a su financiación, transparencia y democracia interna.
La respuesta del movimiento sindical a esta situación no puede ser otra que potenciar la relación con los trabajadores y aumentar la baja afiliación que se sitúa por debajo de la media europea. La solución no es fácil, pero debe de abordarse a fondo porque de lo contrario los sindicatos serán organizaciones débiles y estarán supeditados a los poderes públicos y a los empresarios, sobre todo en el plano económico y en la financiación de sus estructuras, servicios y formación de sus cuadros y dirigentes, como se está comprobando en la actualidad. La afiliación sindical, la representatividad, así como la racionalización y consolidación de las estructuras sindicales han de tener una relación directa con la democracia interna, con la participación de los afiliados y, por lo tanto, con las políticas organizativas más adecuadas para evitar los riesgos de burocratización del sindicato y garantizar su presencia organizada en las pequeñas y medianas empresas, que constituye el principal reto que tienen los sindicatos a medio y largo plazo.
Se trata de desarrollar un sindicalismo de base, pegado a la realidad de las empresas y al sentir mayoritario de los trabajadores y, como consecuencia, un sindicalismo más fuerte, más representativo, más combativo y con capacidad para responder mejor a colectivos con muy poca relación con el movimiento sindical: parados; precarios; jóvenes; mujeres; inmigrantes; técnicos, cuadros y mandos intermedios; personas con discapacidad; jubilados y pensionistas; trabajadores autónomos dependientes; etc.
Además de este esfuerzo organizativo, hay que reivindicar medidas encaminadas a compensar los gastos que tienen los sindicatos, por su participación en la negociación colectiva, en los ERE, en la formación profesional y en las instituciones públicas del Estado (empleo, salud, educación, personas mayores, formación profesional…). No debemos olvidar que la actividad sindical se dirige a todos los trabajadores- estén o no afiliados-, lo que en la práctica significa que los trabajadores afiliados se encuentran discriminados en relación con los no afiliados, porque ambos colectivos reciben las mismas prestaciones y servicios, a pesar de que los afiliados pagan la cuota sindical y el resto de los trabajadores no. Por lo tanto, no debe extrañar que los sindicatos reclamen con insistencia el establecimiento de una ley de financiación de los sindicatos (como tienen los partidos políticos) que elimine esta discriminación. Por otra parte, también reclaman las medidas necesarias para garantizar la presencia real y operativa de los sindicatos en las instituciones y, por prolongación, la participación sindical redoblada en las empresas (democracia económica), como ocurre en los países más avanzados.
Previamente, los sindicatos deben revisar a fondo su actual funcionamiento orgánico y, particularmente, su financiación, reconociendo de antemano la honradez, la honestidad y el compromiso militante de sus dirigentes. No es aceptable que los sindicatos estén involucrados en casos de corrupción, financiación irregular y pago de los servicios con tarjetas opacas, que los trabajadores rechazan con contundencia y los ciudadanos deploran. Tampoco que se argumente que se devolverá el dinero obtenido irregularmente, si el juez así lo determina (Federación de Servicios, UGT); simplemente porque los sindicatos no pueden estar a expensas de la decisión de un juez o de que se demuestre que las prácticas irregulares de financiación sean legales o no; por el contrario, los sindicatos deben tomar con valentía sus propias decisiones según establecen sus normas de funcionamiento.
En este sentido, los sindicatos tienen que comprometerse a eliminar definitivamente estas prácticas irregulares, para evitar tener que dar explicaciones justificativas, cuando no interesadas, que nadie aprobará. Para eso hay que renunciar a la financiación de empresas, instituciones y administraciones públicas, que no se pueda explicar fácilmente (transparencia absoluta); desenmascarar con rapidez a los responsables de estas prácticas, que deberán abandonar el sindicato; aplicar un código ético de conducta de dirigentes y afiliados, a través de una comisión de garantías- si es preciso con participación externa-, independiente de los órganos de dirección del sindicato; dotar a los órganos de control y de revisión de cuentas de capacidad para bloquear la tesorería del sindicato; y defender una ley de financiación sindical en el parlamento, que cubra los servicios que prestan los sindicatos con carácter universal.
En todo caso, la pretensión final deberá estar encaminada a fortalecer los sindicatos y, por lo tanto, su acción sindical, que resulta imprescindible a la hora de defender a los trabajadores. Está demostrado que las políticas que se están llevando a la práctica relacionadas con la devaluación salarial, el costo del despido, la creciente precariedad, el golpe a la negociación colectiva, el desplome de la protección social y el desarme fiscal se deben, en muy buena medida, a la debilidad de los sindicatos en un mundo globalizado. De la misma manera, diversos analistas (entre ellos, Florence Jaumotte y Carolina Osorio, investigadoras del FMI. Revista Finance & Development) coinciden en que la desigualdad y la pobreza tienen también mucho que ver con la debilidad de los sindicatos, además de la desregulación financiera y el descenso del tipo impositivo en las rentas más altas. Además, está comprobado que en las empresas sindicalizadas los trabajadores tienen mejores salarios y disfrutan de mejores condiciones de trabajo que en las empresas sin sindicatos. Por lo tanto, ¿A quién beneficia la debilidad sindical, sino es a la derecha neoliberal, al capitalismo financiero y a los empresarios?
Estas consideraciones confirman que los sindicatos representan el último baluarte defensivo de la izquierda sociológica y de los más perjudicados por la crisis- y los poderosos lo saben- y ello explica las valoraciones negativas de que son víctimas en las diversas escuelas de negocios (pensamiento e ideas neoliberales) y en los medios de comunicación afines a la derecha conservadora. Unas razones poderosas para que los sindicatos tengan un comportamiento ejemplar en defensa de sus objetivos de clase y, en coherencia con ello, rechacen todo tipo de presiones en nombre de una responsabilidad mal entendida y, desde luego, la firma de acuerdos (moderación salarial a cambio de empleo), sin garantías y de dudoso cumplimiento en la práctica, como se ha demostrado en los últimos años con salarios y pensiones.
Por eso, si los sindicatos quieren influir y asumir un mayor protagonismo, en el cambio que demanda la ciudadanía, deben mejorar su credibilidad y encabezar la defensa de los más desfavorecidos (subproletariado) y del Estado de Bienestar Social. Para ello se deben relacionar, sin prejuicios, con los movimientos sociales emergentes (mareas), utilizar las nuevas redes sociales, recuperar las movilizaciones obreras, fortalecer la acción sindical en los centros de trabajo y adaptar la negociación colectiva a las nuevas demandas de los trabajadores.
Está en juego la reputación lograda por los sindicatos, después de muchos años de historia, defendiendo la emancipación de los trabajadores.