Me parece que conviene preguntarse si eso responde a alguna lógica racional o si es simplemente una muestra de la locura que envuelve hoy día al mundo de las finanzas y mi respuesta más bien se orienta a esta segunda opción.

Durante decenios las finanzas internacionales estuvieron dirigidas a proporcionar recursos a la industria, a poner en valor recursos ociosos y de esa forma generar actividad productiva. Desde hace un tiempo, las políticas orientadas a salvar el beneficio empresarial deprimieron los mercados reales (como resultado de la caída de los salarios directos, indirectos y diferidos) y eso hizo que la tasa de ganancia disminuyera en las actividades económicas vinculadas con la creación de riqueza efectiva. Como al mismo tiempo se habían creado condiciones tecnológicas e institucionales muy favorables para la movilización de los capitales en operaciones especulativas, había un gran incentivo para llevar los recursos hacia éstas últimas, en donde se podía alcanzar una ganancia mucho más elevada y rápida.

Los Bancos y las entidades inversoras en general se dedicaron entonces a derivar los recursos hacia la especulación y a engordar la actividad financiera en detrimento de la real. De esa forma, en lugar de contribuir a crear valor, los bancos se especializaron en lo contrario, en su continua destrucción y la crisis actual es la expresión paradigmática de ello. La especulación financiera convirtió a la economía en un casino en donde lo importante es el color de las fichas y el movimiento continuo del papel.

Pero igual que no hay casino sin tramposos tratando de hacer saltar a la Banca y de romper las leyes del azar, en las relaciones financieras se fueron introduciendo mecanismos cada vez más sofisticados e ingeniosos para obtener más liquidez, nuevos productos financieros para producir rendimientos más altos y nuevos tipos de mercados para vender todo lo que antes parecía invendible. Y de ahí a la corrupción más o menos generalizada no había sino un paso. La estafa de Madoff que ahora se ha mostrado como un gran engaño fue un ejemplo de ello, pero no el único. Así lo reconocía hace unos días el último Premio Nobel de Economía Paul Krugman cuando se preguntaba en su columna del New York Times sobre “cuán diferente es en realidad el cuento de Madoff a la historia de la inversión como un todo?”.

Ésa es la cuestión, porque lo que ha ocurrido es que la actividad financiera de nuestros días se dirime en un espacio económico muy novedoso y singular y que es fatal pero no sólo porque drena una inmensa cantidad de recursos de la actividad productiva sino porque por definición tiende a la trampa y al engaño.

Esto último es así porque en ella se dan una serie de circunstancias que la alejan de los parámetros de responsabilidad y control que (aunque con dificultad) se han podido establecer con el tiempo en el resto de las actividades económicas.

La primera es que se maneja mucho dinero y el dinero no es sólo un instrumento o medio de cambio sino una expresión de poder y eso hace que los financieros tengan una capacidad privilegiada no sólo para satisfacer sus deseos sino para decidir y para influir en las decisiones de los demás.

La segunda es que en el mundo de las relaciones financieras actúan generalmente muy pocos agentes lo que conforma relaciones de tipo oligopolístico y oligárquico de muy difícil control y en donde los comportamientos son generalmente opacos, imprevisibles y, por eso, muy poco controlables desde fuera de ellas. Por decirlo de una manera gráfica, se trata de una actividad hecha por y para los hiper-vip, para las personas muy, muy, muy importantes.

La tercera tiene que ver con el hecho de que las normas que regulan en concreto las nuevas relaciones financieras sofisticadas y sus mecanismos de control estén establecidas en la práctica por los mismos sujetos de la regulación. Es el caso, por ejemplo, de las agencias de calificación o de las auditoras. Muchas veces, las empresas inversoras, los Bancos, son tan grandes y constituyen un negocio tan voluminoso que cada uno de ellos es el único cliente de quien las audita o regula: la trampa, pues, está hecha.

La cuarta es que las relaciones financieras generan mercados ad hoc, singulares, con reglas propias y formas de actuación específica, de escasísima dimensión y trascendencia pero con capacidad para manejar y movilizar billones de euros, como puede ser el caso, por ejemplo, del mercado de bonos del Reino Unido, o el de todos los que se generan para facilitar el apalancamiento financiero del que se nutre la inversión bancaria.

La quinta es que al no ser posible la transparencia ni al poder manifestarse de un modo real la base efectiva de las operaciones que se realizan, puesto que se trata de una actividad virtual, es preciso tejer una red de complicidades que les sirva de sustento así como generar un plus de confianza que hace que no haya límites para llegar a donde quiera llegarse en un momento dado. De ahí que las prácticas cuasi mafiosas y los comportamientos que desde fuera parecen tan ingenuos (como los que hacen que las instituciones financieras más poderosas del orbe no se enteren de que estén invirtiendo en pirámides fraudulentas) sean tan habituales.

Si a eso se añade que las propias autoridades han creados condiciones legales para que todo ese tipo de actividades se lleven a cabo sin demasiados problemas, dejando hacer a los paraísos fiscales, desfiscalizando cada vez más las ganancias financieras, eliminando todo tipo de controles y dejando hacer como si fueran paladines de la economía a los financieros que la están llevando al desastre, tendremos el cóctel letal que nos han dado a beber en los últimos meses.

Sus ingredientes están claros, ahora hace falta voluntad para eliminar el veneno.