Se veía venir la certificación oficial de la ruptura de la tregua (¿definitiva?). ¿A qué vienen, pues, los rostros cariacontecidos, los lamentos y los renovados reproches?.
Ahora, hasta los contrarios a los tanteos e inicio de las negociaciones (los que acusaban con inquina de traición y de rendición al Gobierno y piden ya una rectificación inmediata de la política antiterrorista -cuando ésta ya está consumada por los hechos de ETA- y además que Zapatero entone el mea culpa), se les nota en sus declaraciones un tono de preocupación e intraquilidad del que carecían hace unos meses; lo que pone de manifiesto que una tregua es más confortable que padecer la actividad terrorista. Lo cual prueba que intentar la normalidad y el fin de la violencia es una aspiración sensata (sentida por los ciudadanos) que hay que ensayar si hay alguna posibilidad, pese a los riesgos evidentes de que la iniciativa quede en agua de borrajas.
La lógica decepción que produce el fin de la tregua con su horizonte de amenazas y de matanzas, la quiere manipular y explotar el PP y la derecha mediática, reclamando unánimemente (la consigna) elecciones generales anticipadas, aunque esa decisión suponga –si se llegase a hacer– un éxito político de primera magnitud para ETA. Esto pone de manifiesto que para el PP la organización terrorista, en este momento, es sólo el enemigo aparente –que esgrimen como la bicha– para intentar dañar al que consideran su verdadero (enemigo) adversario, el PSOE.