No me canso de repetir algo que me decía mi maestro en pediatría, cuando yo era un joven interno de hospitales: “Martínez, recuerde siempre que más vale que le condene un médico que un juez”. ¡Cuánta razón tenía! Y yo añadiría que mucho más vale que le condene a uno un político que un juez.

Ha muerto un político. Hace unos días, un socialista francés, Jean Germain, Senador, que fue durante más de quince años alcalde de la ciudad de Tours, se dio la muerte el mismo día en que tenía que presentarse ante un Tribunal. Estaba acusado de complicidad en un asunto, tonto y sin gran importancia, de promoción turística de la región, utilizando chinos que se casaban ante los maravillosos castillos de la región. Era bastante inverosímil y pobre la acusación pero Jean Germain estimaba, así lo expresó en su carta de adiós, que el sencillo hecho de presentarse ante un tribunal, era una tremenda injusticia y un insoportable deshonor.

Esta dramática defunción ha suscitado en todos los medios políticos, tanto de derecha como de izquierda, estupor, tristeza cuando no indignación. El Presidente Hollande señalo que habían “echado a los perros” el honor de un gran servidor de los ciudadanos. Puede, desde luego, no ser muy significativo tal homenaje de los políticos hacía alguien de su “casta” como suelen decir algunos populistas, pero más indiscutible valor tiene el homenaje manifestado por la población de su ciudad, aunque en las últimas elecciones municipales le hubieran derrotado.

Es un episodio más, trágico, de la lucha, hay que utilizar las palabras exactas aunque sean duras, que justicia y poder político han siempre mantenido desde la instauración en las sociedades de la Democracia. A la primera le gusta demostrar, a los que considera como los potentes, quién tiene realmente el Poder. Nuestro país ha conocido, conoce y conocerá muchos conflictos de este tema, en los cuales, no valen siempre los principios de la justicia para todos. El segundo, el llamado poder político, ansia, muchas veces, controlar al tercer poder de la democracia, el judicial, y lo consigue más fácilmente cuando la articulación de la justicia, como en nuestra Constitución, oficializa la intervención de los partidos políticos donde no deberían estar. Recordemos que cuando el poder político consigue controlar totalmente el poder judicial, entonces, se abre el camino de la Dictadura. Pero esta muerte puede servir para determinar quién, realmente debería tener el poder.

No faltan causas judiciales donde no solo se ha demostrado el error de un juez, lo que desde luego es totalmente humano y aceptable, sino su total impunidad. Este es un tema eterno al cual no hemos encontrado, ni nosotros, ni los demás, la buena solución. Quizá porque sea solo un sencillo problema de educación cívica, de los jueces y de los políticos. Pero se podría aliviar tal difícil dilema acelerando los mecanismos judiciales. Es poco admisible que temas como Naseiro, Gürtel, Barcenas, Urdagarin, ERE… duren años y años, cuando no terminan enterrados, manteniendo un clima hediondo en la vida política, y la sospecha en la sinceridad de los procesos judiciales.

El suicidio de Jean Germain da más razón a lo que decía, hace poco, Felipe González cuando afirmaba que no había que dejar a los jueces componer las listas electorales, al retirar de ellas, sistemáticamente a los imputados, que no condenados. Si creemos sinceramente en la preeminencia del voto ciudadano, dejemos a estos decidir.

Pero no olvidemos que, siempre, entre Justicia y Política, media un cuarto poder, quizá el más dominador, el de los Medios de Comunicación.