Las dos técnicas han suscitado reacciones sociales y políticas derivadas de posiciones éticas esencialmente religiosas, ante el estatuto de los embriones. Eso ha determinado que la agenda de investigación en la medicina regenerativa haya venido marcada por consideraciones éticas y sociopolíticas. De ahí que se haya tratado de investigar con células madre de otros orígenes, desde el cordón umbilical hasta las células madre presentes en todos los tejidos, pues en ellos pervive una población de células “madre” para cubrir los procesos naturales de regeneración tisular.

El problema con estas células “madre” adultas tiene que ver con su potencialidad para diverger (diferenciarse) hacia tejidos distintos a los de su propio origen. En esta búsqueda de evitar la destrucción se han publicado trabajos, también con impacto mediático, que buscaban la posibilidad de extraer por punción células “madre” de los embriones sin destruirlos o de evitar la implantación de los óvulos reprogramados por transferencia nuclear.

Los trabajos publicados en las prestigiosas revistas norteamericanas, “Cell” y “Science”, que describen la reversión de células de la piel de humanos hacia células de potencialidad embrionaria por medio de técnicas de ingeniería genética, representan un paso científico de enorme trascendencia. Ya se había conseguido en animales y su traslación a humanos ha sido sorprendente por su rapidez. El avance es importante porque puede contribuir a clausurar el debate ético sobre el uso de embriones, pero su verdadera importancia radica en el plano científico porque afina molecularmente el proceso de reprogramación celular.

A partir de estos resultados, se pone de manifiesto que se puede conseguir ese proceso con un número finito y bien definido de genes. Pero es precisamente este enorme éxito científico el que hace suscitar dudas acerca de su eventual, y no próxima, traslación a la clínica. A medida que avanza el conocimiento genómico, gana fuerza la importancia de las regulaciones. También la oncología molecular nos ha enseñado la relevancia de las interaciones entre genes aceleradores y genes supresores de los procesos tumorales. Cabe preguntarse, por lo tanto, si el éxito en la capacidad transformadora de los genes utilizados en los experimentos publicado en Cell y Science no reside precisamente en que son genes poco sujetos a regulación y por ello potenciales generadores de tumores. No se clausura con este hallazgo el debate de traslación entre la investigación y la clínica, sino que abre nuevas perspectivas.

Tampoco, si hay coherencia entre los críticos a las aplicaciones de la ingeniería genética en la naturaleza (luditas y defensores de la conservación) y los que cuestionan la evolución (los creacionistas), se clausuraría el debate social. Todos aquellos que han hecho invocaciones a que los científicos con estas prácticas “juegan a ser Dios” deberían mantener vivas esas posiciones críticas.

El necesario proceso de democratización de la ciencia no es fácil. Por ello debemos recomendar prudencia en las informaciones mediáticas. Los tiempos de la ciencia son mas pausados que los que reclama la urgencia informativa. Hay que prevenir y prever antes de lanzar mensajes que alteren los pasos hacia una cultura científica que hemos de construir entre todos.