Amigo de Máximo Gorki, Rainer Maria Rilke, Auguste Rodin y Arturo Toscanini, traductor de autores como Paul Verlaine, Charles Baudelaire y Émile Berrearen, y luchador infatigable contra las doctrinas nacionalistas y el espíritu revanchista de la época, Stefan Zweig (Viena, 1881-Petrópolis, 1942) fue un escritor enormemente popular en el primer tercio del siglo pasado. Sin embargo, tras su muerte -se suicidó junto a su esposa, desesperados ante el futuro de Europa y su cultura, y arrastrados por un sentimiento de soledad y agotamiento espiritual-, su obra resultó ser menos conocida.

Tanto en su faceta de ensayista y biógrafo, como en la de novelista, Zweig desarrolló un estilo literario muy particular, un estilo que aunaba una cuidadosa construcción psicológica con una brillante técnica narrativa. Aún más, su capacidad descriptiva, la pericia y la delicadeza en la plasmación de los sentimientos, y la elegancia de sus formas lo convierten en un narrador fascinante, capaz de seducir desde las primeras líneas. Posiblemente su secreto resida en la importancia que siempre concedió al ritmo de sus relatos, importancia que expresó en los siguientes términos:

“(…) El inesperado éxito de mis libros proviene, según creo, en última instancia de un vicio personal, a saber: que soy un lector impaciente y de mucho temperamento. Me irrita toda facundia, todo lo difuso y vagamente exaltado, lo ambiguo, lo innecesariamente morboso de una novela, de una biografía, de una exposición intelectual. Sólo un libro que se mantiene siempre, página tras página sobre su nivel y que arrastra al lector hasta la última línea sin dejarle tomar aliento, me proporciona un perfecto deleite. Nueve de cada diez libros que caen en mis manos, los encuentro sobrecargados de descripciones superfluas, diálogos extensos y figuras secundarias inútiles, que les quitan tensión y les restan dinamismo.”

Mendel el de los libros, fue escrita en la madurez de su carrera, y ha permanecido inédita en castellano hasta hace unos meses. El escenario que Zweig escoge es la Viena de principios del siglo XX. La ciudad del Danubio se resiste a una decadencia que lleva inscrita en su propia existencia y reluce aun con la gloria y el esplendor de la cultura. El protagonista de esta breve novela es un curioso judío procedente de la Galitzia que se dedica a los libros antiguos.

Instalado en el café Gluck, un típico café de arrabal en el que se contempla la transición de una época, donde los viejos valores humanos van perdiendo potestad a favor del progreso, y un mundo más práctico, más productivo, con más beneficios, que deja de lado a las personas, Mendel es una eminencia libresca, “un auténtico ejemplar de una raza en extinción, un saurio antediluviano de los libros”, de los que sabe absolutamente todo. Del resto, Mendel no sabe nada de nada. Tan es así que al poco tiempo de comenzar la Gran Guerra, en 1915, es acusado de colaborar con los enemigos del Imperio austrohúngaro, acusación que no tiene ni pies ni cabeza, pero que acaba con Mendel recluido en un campo de concentración.

Cuando por fin sale, regresa a su rutina libresca, pero como le sucedió a aquella Europa que con tanto esmero y acierto retrató Zweig en sus libros, “Mendel ya no era Mendel, como el mundo no era ya el mundo”. Años después, ni siquiera su recuerdo permanece: el café ha cambiado de dueño, los clientes ya no son los mismos… Sólo conservan su memoria el narrador, que en su época de estudiante puso a prueba los conocimientos del librero, y la encargada de los aseos del café, una vieja analfabeta que, paradójicamente, conserva con todo el cariño del mundo el libro que Mendel estaba leyendo cuando fue expulsado del café, un objeto que reverencia, a pesar de no poder descifrarlo.

Interesante metáfora de un mundo en proceso de descomposición, del que Mendel es una inocente víctima. Al fin y al cabo, una loa a los libreros, una sencilla historia de humanidad y un manifiesto antibelicista, escrito con la excelente prosa de alguien que fue testigo de excepción de los cambios que convulsionaron la Europa del siglo XX entre las dos Guerra Mundiales.