Era entonces diputado por Almería y, un día, vinieron a despedirse de él los viejos de una tribu de gitanos que acampaba en esta ciudad. “Mire, Don Gabriel, nos marchamos de aquí porque aquí ya no somos libres”. Ante su extrañeza, explicaron que acababan de ser censados. Por lo tanto, estando administrativamente vinculados a esa tierra, ya no se sentían libres y se marchaban a otro lugar.
No quiero epilogar sobre tal noción de la libertad, sólo quiero señalar que fueron a despedirse de Gabriel Pradal, porque era “su diputado”.
En idéntica situación difícil sería que hoy hubiesen podido encontrar a “su diputado”. Tendrían que haber visitado un cierto número de ellos o echado a suertes entre “La lista”. Porque hoy, cada ciudadano tiene por diputado una parte de una lista, con varios nombres y apellidos. Y cada diputado de esa lista, en realidad diputado provincial, no tiene conexión directa con sus conciudadanos.
Hoy mismo he encontrado en mi buzón una carta de “mi diputada”. Por la fatal casualidad de que el candidato socialista haya perdido la elección, la diputada que me corresponde en Toulouse, Francia, donde vivo, es de derechas. En su carta, aparte de las habituales felicitaciones personalizadas de Año Nuevo, me señalaba la dirección, teléfono y correo electrónico de su permanencia, donde, como cualquier ciudadano de su circunscripción, puedo ir a plantearle mis problemas, mis quejas, señalarle mis acuerdos o desacuerdos con su gestión ¡o lo que me yo quiera! De no haber facilitado tal relación, esta señora diputada, es una mujer, hubiera incurrido en un error tremendo, imperdonable: olvidar que había sido elegida por sus conciudadanos, no por su Partido.
No me parece esto un tema baladí. Vivimos en unas sociedades donde la política tiene bastante mala reputación, donde los partidos políticos no atraen, salvo Podemos, y ello porque esta nebulosa es la antítesis de un partido político. Vivimos en una época de desilusiones ideológicas, de disgregación de lo colectivo, de sublimación de lo individual. La relación del ciudadano con la política, cuando no es afiliado o militante -situación cada día más escasa- se expresa, lógicamente y constitucionalmente, por su representación en la Cortes. Pero nuestro sistema electoral anula en realidad tal conexión. Porque partiendo de la idea que la vinculación se hace, sólo, entre la ideología o las ideas y el ciudadano, transforma los diputados en sencillos representes de la ideología y no del ciudadano. Es un principio que tiene sus razones y que no discuto en absoluto. Pero, porque hay un pero, hoy, cuando las ideologías y los Partidos políticos tienen enormes problemas con sus conciudadanos, nos olvidamos de lo que quieren estos últimos. Quieren ser participes de las decisiones que van a marcan la trayectoria de su vida. Participantes de la manera más concreta posible. Y a los diputados no los consideran como la forma idónea de su participación. La lista, que diluye los candidatos en una enumeración que puede alcanzar decenas de apellidos para territorios extensos, no puede ser una respuesta al deseo de conexión personal que reclama el ciudadano, sea tal lista cerrada o abierta.
Por ello, creo que la democracia pide, exige, que el ciudadano conozca, de manera directa, su diputado. La democracia pide, exige, que pueda relacionarse con este, y vice versa, que el diputado pueda sentir el pulso de su circunscripción, y no del poder ejecutivo de su Partido que actualmente condiciona su presencia en las Cortes. Claro que para llegar a ello hay que suprimir las listas, suprimir la circunscripción provincial e ir a una elección uninominal. Desde luego, esto sí que es una reforma de la Constitución. Y una ley electoral no debe estar congelada en una Constitución, no así los principios de libertad e igualdad del voto.
Esta necesidad de participación directa del ciudadano es la que ha inspirado la práctica de las primarias abiertas. Si la admitimos para la elección de un candidato a la Presidencia del Gobierno, ¿por qué la negamos para la elección de un diputado? cuando la base de nuestra democracia es el Parlamento. Si no se hace, saldrán otrosPodemos a la plaza. Porque no dudo quePodemos finalmente fracasará si participa con nuestra ley electoral actual. Y después del fracaso de Podemos, llegarán otros, cada vez más lejanos de la organización política de la democracia que deseamos.
Es un primer aspecto de la necesaria reforma de nuestra expresión democrática. Otro será el derecho a decidir.