Cuando llegó la libertad, el PSOE defendió, aislado en las Cortes, la instauración de la República. Fue una batalla por el honor, sin más, y aceptó sin dificultad una Constitución que establecía nuestra Monarquía parlamentaria de hoy. Y cuando gobernó con Juan Carlos Rey consolidó la Monarquía.
Hemos tenido dos Repúblicas y siglos de Monarquías. El balance de los dos modelos hasta 1978 es desolador y llevó a nuestro pueblo a la tragedia y a la cola de Europa. La Constitución de 1978 que estableció una Monarquía parlamentaria ha permitido los treinta años más felices de nuestra Historia. Hoy se plantea lógicamente la adaptación de la Constitución a otros tiempos y otra generación. Ningún tema es tabú y más aún cuando el procedimiento necesario para modificar nuestra Carta Máxima la petrifica. Muchos temas parecen prioritarios en su reforma: la estructura territorial, el Senado, la Ley electoral, el laicismo y por fin se añadió estas últimas semanas la adaptación de la Corona a tiempos modernos. Ante la imposibilidad de reformar la Constitución, muchas cosas pueden mejorarse por leyes orgánicas. Una de ellas, quizás la menos importante, es la Ley de la Casa Real.
Pero hay otra forma de resolver este último tema: es la propia iniciativa del Rey. En su tiempo demostró que sabía tomar las decisiones adecuadas y urgentes para instaurar o salvar la Democracia. Hoy le resultaría menos difícil impulsar la transparencia, la modernización y la adecuación de la Institución monárquica a los nuevos tiempos. Cuando solo era Príncipe heredero confesó al Embajador de Francia que bien sabía que en España no existía Partido Monárquico, estas declaraciones están en los archivos del ‘Quai d’ Orsay’. Entendió que la mejor consolidación de una monarquía heredada del franquismo era someterse a la votación popular y cumplir con sus deberes en favor de la Democracia. Así pasó de ser una mera solución a una convicción. Pero si se altera la imagen, si los deberes no se hacen bien, entonces no hay lógica supervivencia de la Institución. Ser Rey es un privilegio que solo se puede admitir si los ‘Deberes’ están bien hechos. En esto no estamos y espero que no lleguemos, porque comparto lo que escribía Gregorio Peces Barba: la Monarquía parlamentaria de 1978 da más margen al ejercicio de la democracia parlamentaria que lo daba la Constitución de la Segunda República. Ante la situación de tremenda desconfianza en todo de nuestro país, hasta desconfianza en su propio pueblo, un paso adelante del Rey sometiendo su Casa y sus componentes a la total trasparencia y responsabilidad, como cualquier otro español, sería un signo positivo en nuestro tristísimo noticiario diario. Ir hacia una Monarquía a la escandinava, sin “historia ni historias” no debería ser tan difícil.
Soy evidentemente republicano, no por nostalgia o fervor, sino por razonamiento. Y como tal republicano me conviene hoy nuestra actual Institución monárquica parlamentaria, pero hay que adaptarla a las exigencias éticas actuales. Aunque en este terreno no sea en la Casa Real donde la situación esté peor.