106 personas han muerto en un total de 86 accidentes registrados en las carreteras españolas desde el inicio de las vacaciones de Semana Santa. Aunque la cifra es inferior a la de la Semana Santa del año pasado, que se saldó con 110 fallecidos, este año se esperaba que, por primera vez, el número de víctimas mortales bajara del centenar, gracias a la nueva normativa que introdujo el año pasado el carné por puntos y a los más de trescientos radares instalados en las carreteras para evitar los excesos de velocidad.

Estas muertes inútiles son un claro síntoma de irracionalidad social. No se trata por tanto de un problema de falta de medidas, sino de una auténtica cultura del desprecio de la vida y, a veces, de alcoholismo. Y mientras, cada día nos rasgamos las vestiduras por las muertes de soldados occidentales que se producen en Bagdad. Más de 100 muertos en una semana no es una cuestión baladí, y es un promedio de muerte superior al de los Ejércitos ocupantes de Irak. A partir de estos hechos, está claro que el debate sobre la eficacia del carné por puntos o los radares es absolutamente superfluo e interesado. El problema es mucho más complejo.

No existe el más mínimo problema técnico para que los coches lleven limitadores de velocidad automáticos. Y sin embargo, en nuestro país cada día se venden coches que alcanzan altísimas velocidades, muy por encima de los 120 Km/h que permite la ley. Ponemos velas en Atocha y plantamos bosques en el Retiro. En Atocha murieron 190 personas. En una sola semana han sido 106. Muchos hablan de fracaso de la DGT, pero éste es un fracaso de todos, que tiene solución. Hay que persistir en las medidas de control y racionalización de las pautas de transporte y mejorarlas en la medida de lo posible.